5.- Desplazamientos
No
lo podía evitar. Salir a la calle era una tortura. Eran tiempos
violentos, turbulentos e inestables, al menos así lo sentía Naya en
los últimos 14 años cuando ya fueron más que evidentes los efectos
del nuevo signo político, que los debilitaba como ciudadanos y
colocaba en situación de impotencia y fragilidad en el más
cotidiano día a día. El malestar recorría las calles como Wotan
desatado y resucitado.
La
decisión de tomar el autobús o llevar su automóvil, imponía
pensarlo muy bien. Nunca se acostumbró a las particularidades del
transporte público de su ciudad. Jamás lo podía abordar si lo
esperaba en las paradas señaladas. Ni el chofer ni los usuarios
parecían dispuestos a respetarlas, todo lo contario, era necesario
bracear entre el grupo para acceder por la minúscula puerta del
autobús y una vez adentro agarrarse hasta del cuello del ocupante
vecino para no caer arrastrada en medio del arranque violento y
apresurado del chofer. Luego, la indecisión entre tocar el timbre de
la parada o elevar la voz para bajar, era un albur, nunca acertaba;
si tocaba el timbre el chofer hacía caso omiso y el resto de los
pasajeros le advertían: “este señor prefiere que le anuncie la
parada”, o al contrario, muchas veces gritó “parada” y el
conductor como si nada; éste se decantaba por el timbre. Mayor
confusión le suponía el momento de pagar. Letreros grandes al
frente anunciaban “pague al subir”, pero en las puestas laterales
indican claramente “pague al bajar”. De manera que todo el
trayecto lo hacía observando el proceder de sus compañeros de
ruta, para imitarlos, pero no la ayudaban mucho, los veía ahí,
sentados o parados con las miradas perdidas, petrificados,
ensimismados, rostros inexpresivos que no dejaban oportunidad de
percibir lo que podría estar moviéndose en sus cabezas. Y una vez
más se preguntaba si en verdad tendrían la mente en blanco,
entregados al irritante sonsonete de la radio, impasibles ante el
absurdo y la sordidez que les rodeaba. Solo quedaba imaginar que esa
debía ser la expresión cuando se piensa desde el dolor, desde la
impotencia y como consecuencia lógica, desde la frustración y el
sinsentido.
Si
llevaba su automóvil, de todas formas tenía que respirar profundo
antes de salir a la avenida. Aunque tenía la posibilidad de escuchar
su música preferida, debía llenarse de paciencia para soportar el
tráfico caótico e incomprensible, no solo por las largas y
frecuentes trancas, la mayoría de las veces provocadas por el
extraño desempeño de los fiscales de transito y las paradas
abruptas y arbitrarias de los choferes de colectivos, sino porque a
pesar de tantos años conduciendo en su ciudad, no lograba descifrar
los códigos compartidos ni de los peatones, ni de los demás
conductores, y menos de los vigilantes de tránsito. Estaba
convencida de que los peatones andaban en su propia burbuja y que
además no asumían ninguna responsabilidad como tales, eso le
correspondía “sólo al conductor”; de manera que tenía que
estar alerta mirando en todas direcciones aun con la luz verde.
El
rayado peatonal jamás lo utilizan. La luz roja deja acceso al circo
ambulante de malabaristas, payasos y a la venta de mercancía tan
inverosímil como inútil, desde “quemaditos” de reguetón y
chistes “rojos”, gigantografìas del Presidente, pasando por
frutas, peluches parlantes y, oh sorpresa, papel higiénico.
-me
rindo- le comentó a Coca en una oportunidad
-no
sé leer mi ciudad, no consigo asimilar los código de la gente; yo
veo que los demás lo hacen, se entienden con el fiscal que sustituye
los cambios del semáforo. Eso nunca lo he entendido, por qué, por
qué, me pregunto inútilmente; qué sentido tiene contratar personal
para que haga el trabajo que siempre ha realizado eficientemente el
semáforo. Y lo peor viene después: dan prioridad al canal que les
parezca, dejan en espera hasta 10 minutos al resto y si se atreven a
sonar cornetas en señal de protesta los castigan con 5 minutos más,
y por si fuera poco, se apostan hasta tres fiscales que te hacen
señales desesperadas para que aceleres, que le des rápido y cuando
ya estas por pasar te mandan a parar abruptamente y ahí me viene mi
angustia, qué hago, le doy a 80 y paso con la adrenalina revuelta o
bajo la velocidad, aunque el fiscal se encrespe levantando los brazos
y haciendo sonar el silbato endemoniadamente para que me apure…ya
he tenido tres frenazos en esta semana, ya no puedo más, por mucha
concentración que le ponga a mi respiración y aunque alcance la
meditación, ese paso de semáforo me desarma y debilita. Y qué
decir del enjambre de motorizados que han invadido las calles,
convertidos en una nueva y aterradora tortura, aparecen de la nada,
zigzagueantes, díscolos, impunemente acorralan al peatón, sembrando
el terror; qué necesidad tengo yo de someterme a este estrés a la
siete de la mañana eh!-
Se
contuvo, la mirada escrutadora que le devolvía Coca mientras hablaba
ya le indicaba lo que estaba pensando, que era una exagerada,
inconforme y adicta a la queja. Pero Este día no iba a ser una
excepción, llegaría puntual a su cita con la sensación de regresar
de un campo de batalla, lo cual no daba buen pronóstico por el
carácter atrabiliario del cliente que la esperaba.
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