jueves, 6 de marzo de 2014

Exilio emocional y otros relatos 6


6.- Conversaciones Contratadas


Mientras caminaba el empinado callejón bordeado por un largo seto de cayenas, que conducía al ático donde más que vivir, invernaba su más antiguo y extraño cliente-paciente, Naya Lara volvía una y otra vez sobre imágenes recurrentes de si misma y, a través de ellas, de personas que en algún momento fueron amigos, quienes a su vez la acercaban a personas que sin haberlas conocido, tenía referencias. La gente siempre significó para ella un enigma, que no ha dejado de interrogar. Le persigue una suerte de necesidad de llegarles hasta el fondo del alma y del pensamiento, sobre todo en esta época donde el absurdo y la estupidez compartida se ha enquistado en la cultura local, desdibujando el sentido de la realidad y de la historia al punto de volvernos irreconocibles; como si se hubiese posado sobre la tierra un manto de olvido y desazón.

Apuró el paso, a pesar del esfuerzo en llegar a tiempo, iba retrasada y sabía que RM no la iba a disculpar; afortunadamente -pensó- había llegado a los 60 años en buena forma, podría decirse, a pesar de no entregarse con furia al ejercicio. De hecho, aunque nunca se apasionó por el deporte, intentaba ejercitarse realizando distanciadas prácticas de tenis y últimamente se relajaba con el yoga. Siempre odió el fanatismo en todas sus manifestaciones, y el deporte era uno de ellos. Le irrita el discurso conductual y ejemplarizante de exponentes de ese mundo, para quienes sólo tiene sentido la gloria y el reconocimiento, pero al final deja en el camino una estela de frustración y de “incompletud”, como diría su atrabiliario amigo RM, tan dado a la reinvención del léxico. En algún momento acompañó a las amigas a llevar a sus hijos de cancha en cancha, y no podía evitar cierta repulsión hacia ese discurso destemplado y desarticulado, casi arquetípico, de entrenadores gordos, lentos y desapasionados que intentaban influir, sin éxito, en sus pupilos, supuestos prospectos de alta competencia, en medio de campos enmontados, basura y aguas putrefactas, trampolines dañados, gradas deterioradas, impuntualidad e irritabilidad a flor de piel.
Con todo, Naya se interesaba por su salud y cuidaba su alimentación. Aprendió a conocer sus ritmos metabólicos y ajustar alguno que otro antojo con tal de seguir degustando buenos caldos y secos espumantes sin culpas ni arrepentimientos. Con los años optó, no sin esfuerzo, por la moderación en todos los actos de su vida cotidiana, que asumió muy aristotélicamente, como un feliz equilibrio entre la formalidad y la informalidad, entre la impaciencia y la serenidad. Aunque en el fondo no tenía resuelta su forma de relacionarse con la gente, siempre evitando la confrontación, quedándole al final del día esa incómoda y recurrente sensación que dejan las conversaciones inacabadas, desvirtuadas, sordas….Por eso seguía visitando a su antiguo amigo y reciente cliente, el republicano mordaz como le gustaba llamarlo. Fue él quien le dio la idea de dedicarse al trabajo que ahora realizaba después de jubilarse de la actividad académica. Se lo dijo un día con el habitual tono himplado, con esa cara de niño a punto de estallar en llanto, que utiliza invariablemente sea cual fuere el tema de conversación: alquílate para conversar, comienza conmigo, ve pensando en la tarifa aunque a mi me harás descuento en consideración a mi edad y por las excelentes ideas que siempre te doy…

-Ordalía, ordalía!!!- fue el saludo con el que la recibió RM. Sentado en un viejo butacón forrado de lo que alguna vez fue un raso ámbar y que ahora ofrecía un indescriptible color ahumado, la esperaba frenético. Le hizo el habitual gesto de que se acercara por su lado izquierdo muy cerca de él, impregnándola del penetrante olor de su puro,- black gold, parecía ser el de hoy-pensó, mientras se acomoda en el sillón que le arrimaba muy cerca de él-ya sabes que no puedo evitar tocarte las piernas, y necesito mi mano derecha para el campari- reía estridente. Ella lo entendía y aceptaba, ya eran 30 años de amistad, los mismos años que le llevaba de edad. Aprendió a quererlo con libertad, a no sentir asco por su habitual desaseo, que en realidad no llegaba a la repulsión. Era una de esas personas que mantienen su olor intacto, a cuya piel se adhieren los olores del tiempo, unas veces a guayaba, si había paseado por su descuidado jardín, o, a malabares marchitos, los mismos que ella le cortaba en cada vista y que él esperaba paciente que se los renovara; a tazas de café dejadas por días en los estantes, al papel y tinta de su biblioteca, mezcla de reproducciones de libros raros e incunables, reimpresiones de ediciones primarias y colecciones hemerográficas amarillas y arrugadas escritas en varios idiomas, de contenidos filológicos y filatélicos– no adquiero novedades, ya es poco lo que se puede decir con genialidad después de Azorín, de Unamuno, de Valle Inclán y Borges-solía decir con amarga crudeza.

El ambiente de ese saloncito resultaba embriagador, atiborrado de objetos que nunca se cambiaron de lugar como si el tiempo se hubiese detenido en cada uno de ellos, intocados. Sólo estaban allí, fieles, silenciosos, como si nos miraran. En alguna ocasión, Naya llegó a comparar a su amigo con aquel abominable y trastornado personaje Ignatius Reilly, no tanto por la glotonería y estridencia de éste, sino por su puntillosa intelectualidad holgazana, por el desprecio manifiesto hacia casi todo lo que la Cultura, agentes y actores, son capaces de crear; esos objetos del deseo, esa artificialidad que se escurre por cada rendija que encuentra a su paso. Se solazaba sometiendo al escarnio a opinantes de oficio, representantes de la oficialidad degradada y desmoralizada, a los portadores de la doble moral, como solía calificar a todo representante del poder en todas sus formas y dimensiones.
-cómo es que todavía te provoca tocarme las piernas; no te desagradan?, no se te ha olvidado cómo eran a mis 30?
-hace 30 años mis manos eran otras también, pero es que además te sigo llevando 30 años, sabes que estoy en los 90. A las mujeres les pasa eso, creen que solo ellas envejecen y sabes una cosa, están promoviendo un nuevo género que corre el peligro de regarse como pólvora y si eso pasa sería realmente lamentable. Me refiero a esa especie de lesbianismo asexuado, simbólico, que a ustedes les encanta y que estaría a un paso de convertirse en real y verdadero, cosa que pondría a los hombres en una situación muy débil y a la vez difícil, porque no podríamos competir con bellas mujeres diciéndole a sus congéneres lo que ellas quieren escuchar y armadas con aparatos mucho más potentes, obedientes y eficientes que el nuestro.

Naya se quedó pensativa mientras trataba de descubrir en la mirada azul intensa de su interlocutor la intención de sus palabras, que como ya presentía, serían demoledoras si le daba oportunidad. Sobre la mesa estaban La hija del capitán y La Corte de los milagros, señal de que su amigo seguía acantonado en su ruedo ibérico, nunca mejor dicho. Sobre sus flácidas piernas El Esperpento, marcado, subrayado, seccionado con la precisión forense de quien está frente a una autopsia. No ocultaba la exultación que se hacía patente en el movimiento nervioso de su lengua oscura y afilada que entraba y salía de su boca como un picoroco tratando de salir de su concha. Mientras cambiaba canales de la tv, dejaba caer sus nada ingenuas y desapasionadas miradas a ese hombre occidental, siempre expuesto e indefenso ante su juicio, demoledor, sarcástico, ludibrioso, ordalezco -eres un tercer ojo RM- solía decirle Naya.
-bueno, RM, -dijo casi como un susurro-iniciemos la sesión formal, déjeme pensar en lo que dices y ya te responderé….veo que tienes la televisión encendida, y eso?
-la televisión no, la CTI, es decir, Caja Trasmisora de Imbecilidades. Toda la mañana han estado declarando representantes de la oficialidad tratando de explicar lo inexplicable; enredados en sus propias trampas. Será que realmente pensaron que nunca se iba a descubrir el entramado de corrupción más grande de toda la triste y azarosa historia de este ultrajado país…
-pero es que además esos personajes están en desventaja, pues los observas desde tu atalaya, y te empeñas en seguir el curso de lo inadvertido, como quien ve un juego de futbol y se dedica a seguir del árbitro y no a los jugadores…
-ahí está la esencia y la única forma de hacerse con el control, ellos no se imaginan que están siendo observados desde ángulos inesperados; y es allí donde se ven expuestos tal y como son, figuras erguidas sostenidas sobre sus excrementos…
-amigo querido, háblame de ti, tengo que justificar tu pago
-tu tampoco traes buena cara, hasta cuándo Naya!!!, no sigas torturándote, no te convences de que la gente es horrible y despiadada
-venia escuchando una radio comunitaria. Me conmueve cómo la gente espera paciente la ayuda de Dios, pero es que no le piden lo único que él puede darles –paciencia, humildad, conformismo; no, el judeocristiano tiene la costumbre de meter a Dios en el ámbito de lo humano sin darse cuenta que le ayudaría más en la esfera espiritual; ya lo sufrió en carne propia aquel monje a quien le tocó recibir la confesión en plena agonía de Felipe II, cuando quizás en un intento de frenar el debilitamiento de su propia fe, y confiriendo significado a sus preguntas, se atrevió a discutir con el médico del monarca, quien le venía diciendo que había buscado a Dios durante mucho tiempo y no la había encontrado, llegando a la conclusión de que si existía, no parecía muy interesado en lo que sucede en el mundo….; a lo que el monje le respondió, que no lo está desde el punto de vista humano…
-claro, claro que si-interrumpió- mira, generalmente aplicamos a Dios nuestras escalas de valores y terminamos humanizándolo, es decir, bajándole a nuestro nivel, nos convertimos por antonomasia en él y ya perdemos la perspectiva, entramos en tu a tu que sólo da paso al reproche sin tener la menor idea de sus designios…esa es la fatalidad del creyente…todo lo ve desde si mismo y el mundo se le hace cada vez más pequeño y miserable
-ay RM, el mundo del creyente…ves ahí está una idea crucial que sin poder evitar asoma a mi mente convulsionado mi espíritu….abogo por un olvido colectivo…por el otro lado de la moral, creo que llegamos a más gente con el poder de una mirada que con el de una oración…
-y yo también, pero hoy no me siento a gusto, algo sucedió, y no controlamos el tiempo, casi es hora de almuerzo y de mi primer ron y ya después no soy responsables de mi vida. Parece mentira Naya pero deberías comenzar a preocuparte seriamente para cuando tu día llegue hasta pasada la mañana, es el signo más claro e implacable del envejecimiento; guarda las energías que te quedan para ese momento y no fatigues tanto por las actitudes de la gente que observas, siempre escucharás medias verdades, mentiras presentes que serán verdades futuras…la gente nunca dice lo que realmente siente o desea, serás una solitaria débil, esa que se deriva de la no comprensión del mundo, de eso sabía mucho Saramago tu favorito de lectura de playa; yo en cambio escogí mi soledad como atalaya. Hoy no te daré buenas ideas para tu libro…no te invito a que me acompañes a comer porque como todos los lunes almuerzo refritos de lo que me trae mi nuera los fines de semana, puedo ofrecerte tu Martini que sé que te gusta….

Naya quedó estupefacta, nunca le dijo que escribía un libro. Para ella, sólo se trataría de visitas semanales para desahogarse mutuamente, pero no tuvo fuerzas para discutirle, sabía que lo del almuerzo era una tonta excusa para adelantar su ron añejo como aperitivo, la única manera de conjurar el desasosiego que invariablemente marcaba sus días, en eso Ricardo Reis le llevaba ventaja; tan latinista y estoico que nunca pudo acomodarse al viejo republicanismo y menos aún a la parodia nacional en la que se había convertido, sobre todo en estos últimos años. Naya se hizo la desentendida, y dirigiéndole una mirada mustia, se levantó con desánimo; tenía la mitad del día por delante, era aún temprano para la próxima visita con la que sí tenía previsto comer, y no quería volver a su casa porque a esa hora del día se colaba por el salón una luz incandescente que le removía el sempiterno desasosiego que tanto se empeñaba en conjurar.
-Bueno amigo mio te dejo, nos vemos en una semana, te dejo el ron servido?

Se dejó llevar por el camino pedregoso que conducía a la avenida perimetral de la ciudad; venía pensando que sólo a un personaje como RM se le ocurriría vivir en un antiguo almacén de la zona industrial, ahora en total abandono y desidia. Pero igual pensó que sólo a ella se le ocurría llegar hasta allí caminando y sola, conociendo la peligrosidad del lugar por el alto índice delictivo. Se veía desolado, durante el recorrido iba dejando atrás galpones cerrados, paredes corroídas, ventanas entreabiertas que dejaban ver el abandono y ruina de lo que diez años antes fueron maquinarias de procesamiento de materia prima para la fabricación de plásticos y acrílicos. Finalmente alcanzó la avenida cuando ya el sol calentaba su espalda. A esa hora mostraba el acostumbrado tráfico caótico y ruidoso por el trasiego de autobuses en pésimas condiciones, abarrotados al punto de parecer que vomitaba gente por las ventanas, en medio de un polvorín mezclado con chorros de humo negro que salía de los escapes.

Al llegar a la parada de buses trató de hacerse un lugar debajo del minúsculo techo pero no lo consiguió. Mientras pensaba en la conveniencia de tomar un taxi vio que una mujer delgada y baja estatura le hacía señales para ofrecerle la punta el banco donde estaba sentada. Se arrimó como pudo a su lado dándole las gracias a la mujer que apartando una enorme bolsa negra, le respondía el agradecimiento con una expresiva sonrisa que alegraba unos chispeantes y diminutos ojos azules. No logró descifrar su edad, el rostro mostraba un cutis terso a pesar de las incontables y finas arrugas que bordeaban sus ojos. Se miraron un instante pero de inmediato la anciana volvió sobre un pequeño cuaderno de espiral en el que registraba algunos datos que Naya no se atrevió a mirar; anotó algunas cifras, luego, con parsimonia como si encontrara en el salón de su casa, guardó el lapicero en su enorme cartera, cerró con mimo el cuaderno que llevó también a la cartera y sin venir a cuento se dirigió a Naya como si la conociera de toda la vida…
-vengo de la única fábrica de bolsas que nos queda en la ciudad; mire, he comprado 50 de 200 litros y 100 de 150; es decir que según mis cálculos, usando 2 por mes de las de 200 litros, tengo 25 semanas, es decir, un poco más de un año; de las más pequeñas sí uso un poco más porque las grandes las dejo para sacar todo lo que me deja el jardinero una vez al mes y la otra porque cuando me toca arreglar carne y verduras para el mes siempre se saca más basura; en cambio las de 150 litros son para la sacada de la basura dos o tres veces por semana, dependiendo de la hora en que pasa el camión del aseo, hay veces que pasa en la noche y termino de llenar la bolsa, pero cuando pasa en la mañana saco las que me dan en el supermercado y así me rinden más; no he sacado la cuenta de lo que me ahorré esta vez porque la inflación subió ya al 30 % imagínese, pero llegando a mi casa saco cuentas.

Naya logró cerrar la boca, le dirigió una mirada compasiva, y al mismo tiempo maravillada. Era alucinante ver la desproporción de ese menudo cuerpo que no llegaría al metro sesenta, del que emergía una energía inusitada que derrochaba mientras exponía sus estrategias tan elaboradas sobre el manejo del presupuesto casero. Inquieta, Naya miró su reloj y se dio cuenta que llevaba 40 minutos esperando…
-debe tener paciencia-le dijo la anciana tirando suavemente de la manga de la camisa azul celeste- es algodón verdad?...
-qué cosa-respondió Naya a punto de perder la cordura
-la camisa, se nota que es 100% cotton, ese es el que yo uso…cómo te llamas
-Naya, Naya Lara, mucho….
-yo me llamo Eva, bueno, en realidad me llamo Evangelina, pero es muy largo…te decía que yo aprendí a usar ropa de algodón cuando viví dos años en Estados Unidos, y ya después no puede con el poliéster…
-tardará mucho el autobús-le preguntó Naya con ansiedad, sin terminar de comprender por qué le venían imágenes de una famosa película, sólo que en este caso el personaje era mujer…
-eso es impredecible, en esta ruta hay pocas unidades y a esta hora tardan más; y por cierto, nunca te había visto en esta parada, no eres de por aquí
-pues no, pero si vengo una vez por semana a visitar a un amigo pero nunca me había venido sin mi carro y…
-yo tengo 40 años tomando autobuses-interrumpió de nuevo en medio de una carcajada estridente mientras afincaba una de sus manos a la manga de su camisa, mientras que con la otra apretaba su enorme bolso contra el pecho-
-se conoce todas las rutas entonces, respondió Naya más por cansancio que por interés en conocer la respuesta
-todas y los cambios que hacen, aquí tengo algunos trasbordos que he cruzado para los sitios que me interesan, y no sólo eso, ya tengo un plano que yo misma hice con algunos trasbordos que hacen falta, de hecho, en varias ocasiones se los he sugerido a los choferes para que los planteen en sus reuniones pero no muestran interés, son muy apáticos, lo que les interesa es hacer el trabajo como autómatas sin ninguna motivación por mejorar el servicio…bueno, con decirte que hasta reuní un dinerito de los sobrantes que me iban quedando del presupuesto mensual y mandé a encuadernar un folleto con la información; se las he dejado a los choferes y no sólo no las entregan a sus jefes sino que las desprenden y las utilizan para agarrar las empanadas que compran por la ventana del autobús, qué te perece?, no se puede pedir peras al olmo. Un día de estos voy a llevar mi plan directo a la alcaldía, pero ya será cando termine el semestre de clases, ahora estoy full corrigiendo trabajos y trabajos de un montón de equipos, sabes, cuando nos sentemos en el autobús te puedo dar algunos de los que tengo aquí en mi….ajá, mira allá viene, vamos a prepararnos para cruzar esa barrera humana…
-pero yo no voy a empujar, me da terror
-no te preocupes, ya tengo un postgrado en esto, y a mi edad todos me dan paso, vente conmigo- y sin esperar respuesta le dio un fuerte tirón a la ya arrugada manga de la camisa

A estas alturas Naya estaba entregada, se dejó llevar por la anciana que con una destreza asombrosa alcanzó dos puestos en medio del jaleo que formaban pasajeros ansiosos y desesperados. No terminaba de asimilar al personaje con el que se había topado. De dónde había salido, cómo es que le quedan fuerzas no sólo para atravesar la ciudad y ahorrarse unas monedas, sino para planificar estrategias de organización ciudadana, en una ciudad cada vez más caótica y cuyo esplendor y ambiente cultural promovido por una prestigiosa academia universitaria desideologizada, hacía rato que era historia; qué movía a ese ser ataviado con ropas estrafalarias, tres tallas más de la que correspondía, a llamar la atención de funcionarios y ciudadanos que ya no eran tales, sino simples supervivientes anónimos de un estado que los consumía día tras día.

La anciana le tomó el codo y susurró mirando al chofer: espera para que veas cómo hago para que le baje volumen a la radio; acto seguido se levantó dando tumbos y llegó hasta el chofer, le puso la mano en el hombro y simuló hablarle cuando sólo gesticulaba frases insonoras, el hombre le decía que no escuchaba, que repitiera y ella feliz repetía en silencio pero abriendo bien sus labios, de nuevo le decía que no escuchaba hasta que en el tercer intento tuvo que bajar el volumen mientras ella se alejaba muerta de risa, no sin antes dejarlo al cuidado del enorme paquete de bolsas que había comprado. Cuando volvió a su asiento su expresión ya no era la misma, de pronto se quedó mirando al frente como si el resto del mundo hubiese desaparecido. Inquieta, Naya la observó absorta en el cristal de la ventana izquierda con la mirada perdida, impertérrita, sin mirar a ningún lado o quizás mirando hacia adentro de si misma. Conmovida, estuvo a punto de preguntarle si se sentía bien, pero la anciana no estaba allí, había entrado en un trance momentáneo del cual regresó abruptamente; a punto de bajar en su parada, le indicó en absoluto silencio, señalando con su índice arrugado y artrítico, dónde debía hacerlo ella y le dejó la guía que había prometido y sus números de teléfono, escritos con una expresiva caligrafía que hacía evidente el oficio que realizaba.

Cuando Naya bajó del autobús, por un momento no supo dónde se encontraba. Caminó como llevada por un cicerón invisible que le mostraba fachadas y vitrinas de restaurantes, iglesias, librerías, ante las cuales se detenía unos instantes sin decidirse por ninguna. No lograba descifrar su repentino cambio de ánimo, pero tenía la absoluta seguridad que se debía al extraño episodio que había experimentado minutos antes. Sólo en ese momento tuvo conciencia que estaba en el lado norte del casco central y podía llegar andando a la casa de Silvia Moreli, italiana de nacimiento, catalana nacionalizada y que llegó al trópico tras los pasos de un joven caribeño que la enloqueció con la mirada.

Consultó su reloj, 12.55. Tenía dos horas por delante y ya sabía que en ese momento no sería bienvenida en el bunker de su amiga, de manera que se dejó llevar y sin pensarlo mucho entró en lo que parecía una tasca por el olor a ajo y aceite de oliva que emanaba. A esa hora había pocas personas, se notaba que era más concurrido por las noches, el ambiente, poco iluminado, estaba cargado de olores penetrantes; en el ángulo derecho de la entrada principal, un escenario levantado sobre un soporte forrado en fieltro rojo y negro, un micrófono desvencijado y dos cornetas tan grandes como arruinadas. En el lado izquierdo, una pareja se hacía mimos y arrumacos sentados en una mesa ubicada en cerca del bar; el hombre, vestido con chaqueta de cuero negra, camisa roja a cuadros y ajustados pantalones de jean negro, le llevaba no menos de 20 años a una jovencita flacuchenta, muy maquillada que vestía a la moda, bluejean con flecos en el ruedo y huecos en lugares estratégicos que no podían pasar desapercibidos, se retorcía de placer escuchando lo que su pareja le susurraba al oído mientras le daba profundas chupadas al cigarrillo y tomaba pequeños sorbos de cerveza directamente de la botella.

Naya escogió una mesa que estaba en la esquina frente a la pareja. Inmediatamente se acercó el mesonero que ya traía en la mano un cenicero, y en la otra una jarra de acero inoxidable con agua muy fría y un vaso mal lavado. Lo puso enfrente y mostrando una sonrisa socarrona le preguntó qué le apetecía para beber. No pudo evitar cierta repulsión por la actitud del mesonero, aunque ya le era familiar, es común en su país que los hombres miren burlonamente a la mujer que se sienta sola en el bar, pues la perciben por una solitaria y amargada solterona o por buscona. Naya le devolvió una mirada una de acero y le dijo que le llevara una cerveza bien fría, y el impertinente hombrecito le aclaró: cómo culito de foca mi reina?

Mientras esperaba pensó en sacar un libro de los que siempre lleva consigo pero de momento prefirió observar el particular lugar en el que se encontraba. Sentado en el bar, un hombre de barriga prominente miraba concentrado la tv, mientras hurgaba denodadamente en sus orificios nasales. La pantalla reflejaba a un hombre de cara abultada ataviado de rojo y verde militar que gesticulaba y hablaba airadamente. No puso atención a lo que decía, no había necesidad, el rey sol y padre de la patria ponía toda su energía en lanzar latigazos a diestra y siniestra, no importa contra quien, el propósito es el de siempre, dejar la sensación de lo débiles que somos frente a él, el ritual para perpetuar el miedo. Trató de concentrarse en su próxima visita. Desde hacía unas dos semanas veía muy extraña a Silvia, eso le preocupaba, su gran amiga era un de esas personas que ponen todo blanco o negro, con la emotividad a flor de piel, y eso es riesgoso. Era un de esas personas que perpetúan su memoria en símbolos preexistentes, edificios morales, sin darse cuenta de que construyen sus propias barreras, sobre todo porque una vez que se abrazan hay que defender su permanencia, no pueden desconocerse, ni irrespetarse, ni esconderse; todo lo contrario, al final no se puede vivir con ese peso encima y para sobrellevarlo hay que sumar adictos para reforzar la búsqueda del reconocimiento mutuo, ese que sólo tiene sentido cuando es compartido. Por otro lado, tenía que reconocer que su amiga era poseedora de una mente brillante, amplia, con lo cual no había temas tabú, al menos en la conversación, pero al mismo tiempo eternizan un imaginario simbólico empeñado en hacer trascender lo cotidiano. Es de esas personas que se esmeran en manipular el olvido añadiendo presente, lo que impide indagar acerca de nuestro comportamiento errático, y convierte el error y la equivocación en leyenda, en cuestión de honor, en una eterna justificación.

En una ocasión, con un merlot por delante, Naya se atrevió a expresarle que ese merodear sobre sí misma le parecía demencial, una cierta perversidad teñida de inocuidad, cuyos efectos son impredecibles; pero esta, vez Silvia se alteró, se sintió del lado interior del panóptico. Como el escritor que deja al descubierto el impulso de salvar su memoria apelando a la amnesia de los demás, o el alcohólico que ve en la sobriedad del otro un acto de petulancia, de superioridad, sin advertir lo infantil del gesto, porque no puede seguir hasta el final o enfrentar sus miedos.

No terminó la cerveza, pagó la escandalosa cuenta y fue al baño. No pudo usarlo, salió del bar con el estómago revuelto.

-oye Naya, pasé la mañana chateando con mi hijo, hablamos de todo un poco y de repente me acordé de mis días de madre coraje; sí, no me mires así, madre coraje, pero los hijos nunca ven las intenciones con que hacemos las cosas, imagínate, me exigió que nunca más le recordara el episodio aquel…
-cuál episodio
-cuando siendo adolescente, un buen día le bajé el pantalón para enseñarle a ponerse un condón; sabía que andaba entusiasmado con una amiguita y quería prevenirlo. Ahora que lo pienso, fue muy loco eso pero en aquel momento me sentí madraza…

Esa tarde Silvia se mostraba delirante cuando Naya tocó el timbre del pesado portón. La recibió enfundada en un kimono violeta que resaltaba sus formas, atrayentes y seductoras a pesar -diría mi madre- de sus largos 60 años, enriquecidos de experiencias amorosas que más de una vez la dejaron al borde de la ruina y la locura. Su actual proyecto, el de escribir sus memorias, se había convertido en una epopeya, tanto más peligroso por la pasión que ponía a cada uno de los episodios, como por la multitudinaria incorporación de temas y personajes que la convertía en una recopilación talmúdica…
-ya te lo he dicho Silvia, esa manía de querer ser ejemplo ante el mundo es desquiciante y frustrante a la vez; yo no creo que pueda ser ejemplo de nada sabes…es que ya ser humanos nos descalifica en el baremo de la perfección…
-pero mujer, vienes con las pilas recargadas; pero es cierto, me aterra recordar ciertos episodios, sobre todo los referidos a mi rol de madre, y más horroriza indagarlos en la memoria del otro, es inquietante saber qué hacemos y cómo nos ven en memorias ajenas, porque además estamos en desventaja, es decir, no controlamos cómo llegamos a ellas, cada quien hace sus propias percepciones y representaciones, sus prefiguraciones, de manera autónoma; aun así creo que hice cosas buenas…ese fue el miedo que me invadió mientras hablaba con mi hijo, menos mal que era a distancia, sin la mirada cercana que asedia e interroga más allá de las palabras…

Mientras hablaba, Naya paseaba su mirada por el encantador saloncito donde acostumbraba a recibirla. El lugar, como siempre, ofrecía un grato ambiente. La claridad de la luz a esa hora de la tarde era matizada por los cristales ahumados de un gran ventanal que daba a un profuso seto de bambúes, precedido por una cuidadísima grama china. En el interior, tapices egipcios, alfombras árabes, candelabros hindúes, esponjosos cojines, abigarrada decoración que terminaba en una extraña y coherente a la vez, propuesta de calidez y confort. Al fondo, en una mesita redonda protegida por un regio mantel croata bordado en tonos verde oliva, estaba servido el almuerzo compuesto por un menú veraniego: gazpacho de aguacate, muselina de langostinos, salmón ahumado, ensaladilla rusa, fuente de nueces, aceitunas y espárragos, y finalmente, pan de centeno. Su mirada se detuvo en el cuerpo de Silvia que en ese momento estaba de espalda recibiendo una botella de chardonay de manos de su muchacha de servicio. Le agradó e incluso sintió una leve excitación, una sugerente atracción. De pronto, y sin venir a cuento, recordó las palabra que tres horas antes le había expresado RM: han llegado muy lejos, no pueden detener el lesbianismo sugerente y alegórico que se ha desatado en la gran confraternidad del feminismo de nuevo cuño, no el liderado por aquellas mujeres gordas, masculinas y llenas de amargura y odio hacia el hombre; este es distinto, insinuante, perturbador, aunque real, muy real…ya me darás la razón; y luego su respuesta: lo que pasa RM es que somos más auténticas en el desempeño de nuestra sensibilidad, no intentamos manipularlo ni desde dentro y menos hacia afuera.

Naya volvió a concentrarse en la conversación de su amiga que ya le estaba acercando una mesita plegable con el servicio de cubierto impecable y le extendía una servilleta de lino blanco sobre las piernas. Mientras olía su Chanel 5 que escapaba de su kimono, quiso alejar esas imágenes perturbadoras que le sugerían las palabras de RM.
-Corrado sigue sin salir de su habitación?
-y que no lo haga, me fulmina con su mirada, anda en un estado de semidemencia, incapaz de sostener una cordial conversación por muy trivial que sea; es ridículo llegar a los 70 años discutiendo absolutamente todo. Hace tres días que no le hablo, desde que recordó sus días de cocinero, y me permití seguirle la corriente pero sin darle la razón, pues explotó y se metió en su habitación hasta hoy
-bueno amiga, apartando la agresividad, yo creo que ese es el estado ideal, sí, mira, te quita los sentimientos de culpa; eso de perder sutilmente la cordura debe ser una maravilla, porque sólo te corresponde un 50 por ciento de nuestro comportamiento errático, el otro un 50 es para el resto de las personas que se empeñan en caer en la trampa de azuzar el fuego, lo que muestra una enorme incapacidad para entender las carencias del otro, e identificar esa medio locura a la que no valdría la pena darle caña. Creo que debemos aprender a detenernos a tiempo, y sólo debes seguir el juego, cuando el interlocutor te da cancha, como en aquellas conversaciones tan cómplices y abiertas que Durrell le asigna a Justine, esa insinuante perversidad sin morbo, una amoralidad que se desliza con tanta naturalidad que…
-Ah- interrumpió Silvia- pero allí también hay una trampa eh, la de esos escritores que hablan a través de sus personajes y no es que me esté refiriendo directamente a Durrel, pero si te pones a pensar, están hablando en nombre de otros, y si aplicamos tu teoría de la casi cordura, pues pasan el límite sin tener conciencia de que ofenden o provocan un sin número de sensaciones y emociones en el otro. Te juro amiga que la perversión perfecta es la del escritor que manipula a sus lectores aunque no se lo proponga; creo que por eso escribo sobre memorias, allí tengo mi límite, mi amoralidad controlada…
-pero ese control es casi imposible Silvia, como lectores dejamos el libro cuando queremos, hacemos nuestras pausas aunque seguimos en movimiento, dándole vueltas al ritmo que el autor nos ha sugerido; pero cuando el escritor vuelve sobre su texto tiene que reconducir su propia carga emotiva para no desviar el perfil de sus personajes y la trama que se ha trazado; en cierto modo es él, quien termina manipulado por sus propios personajes. Dime, cómo tratarías el tema del condón con tu hijo. Estarías segura del tipo de imágenes que producirías en cada uno de tus lectores, aunque las hayas previsto en tu maqueta. Te faltaría espacio y energía para prever todas las posibles reacciones. En ese sentido sí estamos mejor preparados los lectores porque somos más libres, en cambio que el escritor…
-bueno, también es cuestión de la alta sensibilidad que tienen ciertos temas aun en los nuevos tiempos: o seguimos entrampados en una doble moral, o en un miedo a decir lo que realmente sentimos
-y el tema del rol de la madre es más que sensible, sobre todo cuando se hace daño con las palabras. La sola frase: le puse un condón a mí hijo adolecente, es mucho más perturbadora y provocadora que el hecho es sí, pues para ti fue acto fue heroico, moderno, valiente, mientras que para él fue mayor el ultraje cuando lo contabas a tus amigas casi lanzando cohetes, en ese empeño en dar ejemplo
-pero buen mujer, tan mal está la comida que me atacas así
-para nada, esta muselina tiene la textura perfecta y el gazpacho memorable, no se ha oxidado y el punto de limón perfecto; pero dime algo, ya tu hijo está en los cuarenta, no crees que ya pueden hablar el tema
-ay amiga, no has notado que en una conversación con los hijos lo que sobran son las palabras?
-sobran o las rebuscamos tanto que desviamos el sentido del diálogo
-pero cuál diálogo, ese no es posible si el otro lo que tiene en la garganta es el profundo ahogo que produce una memoria indigesta…lo único que queda es la falsedad y él ha acudido a ella, sin duda piensa que es preferible a decir lo que realmente siente, y sabes qué, a veces prefiero no saber nada a conocer situaciones que ya no puedo remediar.

Silvia calló. De pronto se entristecieron sus hermosos ojos grises; dejó sobre la mesita el plato apenas probado y se recostó en el sillón, quizás se había trasladado a su Cataluña verde y hermosa y que ahora era testigo de la ansiedad que no abandonaba a su hijo. Naya no tuvo necesidad de esperar que se despidiera, entendió que ya no podría seguir y se levantó para ir al baño y dejarla descansar. Ella también lo necesitaba. Salió ya casi anocheciendo con el tiempo justo para meterse en la cama e invocar su mantra poético para hacerle frente al escuadrón de recuerdos que llegan tras la Parusía, que no viene a ser otra que alguna memoria dispuesta a posarse sin pedir permiso e inaugurar una nueva vida.

1 comentario:

  1. Me gusta el ritmo de todas las historias, esta es más personal supongo, que frágiles podemos ser las personas y por eso necesitamos asumir roles que den una idea de fortaleza ante los otros, este aspecto sobresale en todo estos relatos, bravo.

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