6.- Conversaciones
Contratadas
Mientras
caminaba el empinado callejón bordeado por un largo seto de
cayenas, que conducía al ático donde más que vivir, invernaba su
más antiguo y extraño cliente-paciente, Naya Lara volvía una y
otra vez sobre imágenes recurrentes de si misma y, a través de
ellas, de personas que en algún momento fueron amigos, quienes a su
vez la acercaban a personas que sin haberlas conocido, tenía
referencias. La gente siempre significó para ella un enigma, que no
ha dejado de interrogar. Le persigue una suerte de necesidad de
llegarles hasta el fondo del alma y del pensamiento, sobre todo en
esta época donde el absurdo y la estupidez compartida se ha
enquistado en la cultura local, desdibujando el sentido de la
realidad y de la historia al punto de volvernos irreconocibles; como
si se hubiese posado sobre la tierra un manto de olvido y desazón.
Apuró
el paso, a pesar del esfuerzo en llegar a tiempo, iba retrasada y
sabía que RM no la iba a disculpar; afortunadamente -pensó- había
llegado a los 60 años en buena forma, podría decirse, a pesar de no
entregarse con furia al ejercicio. De hecho, aunque nunca se
apasionó por el deporte, intentaba ejercitarse realizando
distanciadas prácticas de tenis y últimamente se relajaba con el
yoga. Siempre odió el fanatismo en todas sus manifestaciones, y el
deporte era uno de ellos. Le irrita el discurso conductual y
ejemplarizante de exponentes de ese mundo, para quienes sólo tiene
sentido la gloria y el reconocimiento, pero al final deja en el
camino una estela de frustración y de “incompletud”, como diría
su atrabiliario amigo RM, tan dado a la reinvención del léxico. En
algún momento acompañó a las amigas a llevar a sus hijos de cancha
en cancha, y no podía evitar cierta repulsión hacia ese discurso
destemplado y desarticulado, casi arquetípico, de entrenadores
gordos, lentos y desapasionados que intentaban influir, sin éxito,
en sus pupilos, supuestos prospectos de alta competencia, en medio de
campos enmontados, basura y aguas putrefactas, trampolines dañados,
gradas deterioradas, impuntualidad e irritabilidad a flor de piel.
Con
todo, Naya se interesaba por su salud y cuidaba su alimentación.
Aprendió a conocer sus ritmos metabólicos y ajustar alguno que
otro antojo con tal de seguir degustando buenos caldos y secos
espumantes sin culpas ni arrepentimientos. Con los años optó, no
sin esfuerzo, por la moderación en todos los actos de su vida
cotidiana, que asumió muy aristotélicamente, como un feliz
equilibrio entre la formalidad y la informalidad, entre la
impaciencia y la serenidad. Aunque en el fondo no tenía resuelta su
forma de relacionarse con la gente, siempre evitando la
confrontación, quedándole al final del día esa incómoda y
recurrente sensación que dejan las conversaciones inacabadas,
desvirtuadas, sordas….Por eso seguía visitando a su antiguo amigo
y reciente cliente, el republicano mordaz como le gustaba llamarlo.
Fue él quien le dio la idea de dedicarse al trabajo que ahora
realizaba después de jubilarse de la actividad académica. Se lo
dijo un día con el habitual tono himplado, con esa cara de niño a
punto de estallar en llanto, que utiliza invariablemente sea cual
fuere el tema de conversación: alquílate
para conversar, comienza conmigo, ve pensando en
la
tarifa
aunque a
mi me harás descuento en consideración a mi edad y por las
excelentes ideas que siempre te doy…
-Ordalía,
ordalía!!!- fue el saludo con el que la recibió RM. Sentado en un
viejo butacón forrado de lo que alguna vez fue un raso ámbar y que
ahora ofrecía un indescriptible color ahumado, la esperaba
frenético. Le hizo el habitual gesto de que se acercara por su lado
izquierdo muy cerca de él, impregnándola del penetrante olor de su
puro,- black
gold,
parecía ser el de hoy-pensó, mientras se acomoda en el sillón que
le arrimaba muy cerca de él-ya sabes que no puedo evitar tocarte las
piernas, y necesito mi mano derecha para el campari- reía
estridente. Ella lo entendía y aceptaba, ya eran 30 años de
amistad, los mismos años que le llevaba de edad. Aprendió a
quererlo con libertad, a no sentir asco por su habitual desaseo, que
en realidad no llegaba a la repulsión. Era una de esas personas que
mantienen su olor intacto, a cuya piel se adhieren los olores del
tiempo, unas veces a guayaba, si había paseado por su descuidado
jardín, o, a malabares marchitos, los mismos que ella le cortaba en
cada vista y que él esperaba paciente que se los renovara; a tazas
de café dejadas por días en los estantes, al papel y tinta de su
biblioteca, mezcla de reproducciones de libros raros e incunables,
reimpresiones de ediciones primarias y colecciones hemerográficas
amarillas y arrugadas escritas en varios idiomas, de contenidos
filológicos y filatélicos– no adquiero novedades, ya es poco lo
que se puede decir con genialidad después de Azorín, de Unamuno, de
Valle Inclán y Borges-solía decir con amarga crudeza.
El
ambiente de ese saloncito resultaba embriagador, atiborrado de
objetos que nunca se cambiaron de lugar como si el tiempo se hubiese
detenido en cada uno de ellos, intocados. Sólo estaban allí,
fieles, silenciosos, como si nos miraran. En alguna ocasión, Naya
llegó a comparar a su amigo con aquel abominable y trastornado
personaje Ignatius Reilly, no tanto por la glotonería y estridencia
de éste, sino por su puntillosa intelectualidad holgazana, por el
desprecio manifiesto hacia casi todo lo que la Cultura, agentes y
actores, son capaces de crear; esos objetos del deseo, esa
artificialidad que se escurre por cada rendija que encuentra a su
paso. Se solazaba sometiendo al escarnio a opinantes de oficio,
representantes de la oficialidad degradada y desmoralizada, a los
portadores de la doble moral, como solía calificar a todo
representante del poder en todas sus formas y dimensiones.
-cómo
es que todavía te provoca tocarme las piernas; no te desagradan?,
no se te ha olvidado cómo eran a mis 30?
-hace
30 años mis manos eran otras también, pero es que además te sigo
llevando 30 años, sabes que estoy en los 90. A las mujeres les pasa
eso, creen que solo ellas envejecen y sabes una cosa, están
promoviendo un nuevo género que corre el peligro de regarse como
pólvora y si eso pasa sería realmente lamentable. Me refiero a esa
especie de lesbianismo asexuado, simbólico, que a ustedes les
encanta y que estaría a un paso de convertirse en real y verdadero,
cosa que pondría a los hombres en una situación muy débil y a la
vez difícil, porque no podríamos competir con bellas mujeres
diciéndole a sus congéneres lo que ellas quieren escuchar y armadas
con aparatos mucho más potentes, obedientes y eficientes que el
nuestro.
Naya
se quedó pensativa mientras trataba de descubrir en la mirada azul
intensa de su interlocutor la intención de sus palabras, que como ya
presentía, serían demoledoras si le daba oportunidad. Sobre la
mesa estaban La
hija del capitán
y La
Corte de los milagros,
señal de que su amigo seguía acantonado en su ruedo ibérico,
nunca mejor dicho. Sobre sus flácidas piernas El Esperpento,
marcado, subrayado, seccionado con la precisión forense de quien
está frente a una autopsia. No ocultaba la exultación que se hacía
patente en el movimiento nervioso de su lengua oscura y afilada que
entraba y salía de su boca como un picoroco tratando de salir de su
concha. Mientras cambiaba canales de la tv, dejaba caer sus nada
ingenuas y desapasionadas miradas a ese hombre occidental, siempre
expuesto e indefenso ante su juicio, demoledor, sarcástico,
ludibrioso, ordalezco -eres un tercer ojo RM- solía decirle Naya.
-bueno,
RM, -dijo casi como un susurro-iniciemos la sesión formal, déjeme
pensar en lo que dices y ya te responderé….veo que tienes la
televisión encendida, y eso?
-la
televisión no, la CTI, es decir, Caja Trasmisora de Imbecilidades.
Toda la mañana han estado declarando representantes de la
oficialidad tratando de explicar lo inexplicable; enredados en sus
propias trampas. Será que realmente pensaron que nunca se iba a
descubrir el entramado de corrupción más grande de toda la triste y
azarosa historia de este ultrajado país…
-pero
es que además esos personajes están en desventaja, pues los
observas desde tu atalaya, y te empeñas en seguir el curso de lo
inadvertido, como quien ve un juego de futbol y se dedica a seguir
del árbitro y no a los jugadores…
-ahí
está la esencia y la única forma de hacerse con el control, ellos
no se imaginan que están siendo observados desde ángulos
inesperados; y es allí donde se ven expuestos tal y como son,
figuras erguidas sostenidas sobre sus excrementos…
-amigo
querido, háblame de ti, tengo que justificar tu pago
-tu
tampoco traes buena cara, hasta cuándo Naya!!!, no sigas
torturándote, no te convences de que la gente es horrible y
despiadada
-venia
escuchando una radio comunitaria. Me conmueve cómo la gente espera
paciente la ayuda de Dios, pero es que no le piden lo único que él
puede darles –paciencia, humildad, conformismo; no, el
judeocristiano tiene la costumbre de meter a Dios en el ámbito de
lo humano sin darse cuenta que le ayudaría más en la esfera
espiritual; ya lo sufrió en carne propia aquel monje a quien le tocó
recibir la confesión en plena agonía de Felipe II, cuando quizás
en un intento de frenar el debilitamiento de su propia fe, y
confiriendo significado a sus preguntas, se atrevió a discutir con
el médico del monarca, quien le venía diciendo que había buscado a
Dios durante mucho tiempo y no la había encontrado, llegando a la
conclusión de que si existía, no parecía muy interesado en lo que
sucede en el mundo….; a lo que el monje le respondió, que no lo
está desde el punto de vista humano…
-claro,
claro que si-interrumpió- mira, generalmente aplicamos a Dios
nuestras escalas de valores y terminamos humanizándolo, es decir,
bajándole a nuestro nivel, nos convertimos por antonomasia en él y
ya perdemos la perspectiva, entramos en tu a tu que sólo da paso al
reproche sin tener la menor idea de sus designios…esa es la
fatalidad del creyente…todo lo ve desde si mismo y el mundo se le
hace cada vez más pequeño y miserable
-ay
RM, el mundo del creyente…ves ahí está una idea crucial que sin
poder evitar asoma a mi mente convulsionado mi espíritu….abogo por
un olvido colectivo…por el otro lado de la moral, creo que llegamos
a más gente con el poder de una mirada que con el de una oración…
-y
yo también, pero hoy no me siento a gusto, algo sucedió, y no
controlamos el tiempo, casi es hora de almuerzo y de mi primer ron y
ya después no soy responsables de mi vida. Parece mentira Naya pero
deberías comenzar a preocuparte seriamente para cuando tu día
llegue hasta pasada la mañana, es el signo más claro e implacable
del envejecimiento; guarda las energías que te quedan para ese
momento y no fatigues tanto por las actitudes de la gente que
observas, siempre escucharás medias verdades, mentiras presentes que
serán verdades futuras…la gente nunca dice lo que realmente siente
o desea, serás una solitaria débil, esa que se deriva de la no
comprensión del mundo, de eso sabía mucho Saramago tu favorito de
lectura de playa; yo en cambio escogí mi soledad como atalaya. Hoy
no te daré buenas ideas para tu libro…no te invito a que me
acompañes a comer porque como todos los lunes almuerzo refritos de
lo que me trae mi nuera los fines de semana, puedo ofrecerte tu
Martini que sé que te gusta….
Naya
quedó estupefacta, nunca le dijo que escribía un libro. Para ella,
sólo se trataría de visitas semanales para desahogarse mutuamente,
pero no tuvo fuerzas para discutirle, sabía que lo del almuerzo era
una tonta excusa para adelantar su ron añejo como aperitivo, la
única manera de conjurar el desasosiego que invariablemente marcaba
sus días, en eso Ricardo Reis le llevaba ventaja; tan latinista y
estoico que nunca pudo acomodarse al viejo republicanismo y menos aún
a la parodia nacional en la que se había convertido, sobre todo en
estos últimos años. Naya se hizo la desentendida, y dirigiéndole
una mirada mustia, se levantó con desánimo; tenía la mitad del día
por delante, era aún temprano para la próxima visita con la que sí
tenía previsto comer, y no quería volver a su casa porque a esa
hora del día se colaba por el salón una luz incandescente que le
removía el sempiterno desasosiego que tanto se empeñaba en
conjurar.
-Bueno
amigo mio te dejo, nos vemos en una semana, te dejo el ron servido?
Se
dejó llevar por el camino pedregoso que conducía a la avenida
perimetral de la ciudad; venía pensando que sólo a un personaje
como RM se le ocurriría vivir en un antiguo almacén de la zona
industrial, ahora en total abandono y desidia. Pero igual pensó que
sólo a ella se le ocurría llegar hasta allí caminando y sola,
conociendo la peligrosidad del lugar por el alto índice delictivo.
Se veía desolado, durante el recorrido iba dejando atrás galpones
cerrados, paredes corroídas, ventanas entreabiertas que dejaban ver
el abandono y ruina de lo que diez años antes fueron maquinarias de
procesamiento de materia prima para la fabricación de plásticos y
acrílicos. Finalmente alcanzó la avenida cuando ya el sol calentaba
su espalda. A esa hora mostraba el acostumbrado tráfico caótico y
ruidoso por el trasiego de autobuses en pésimas condiciones,
abarrotados al punto de parecer que vomitaba gente por las ventanas,
en medio de un polvorín mezclado con chorros de humo negro que salía
de los escapes.
Al
llegar a la parada de buses trató de hacerse un lugar debajo del
minúsculo techo pero no lo consiguió. Mientras pensaba en la
conveniencia de tomar un taxi vio que una mujer delgada y baja
estatura le hacía señales para ofrecerle la punta el banco donde
estaba sentada. Se arrimó como pudo a su lado dándole las gracias a
la mujer que apartando una enorme bolsa negra, le respondía el
agradecimiento con una expresiva sonrisa que alegraba unos
chispeantes y diminutos ojos azules. No logró descifrar su edad, el
rostro mostraba un cutis terso a pesar de las incontables y finas
arrugas que bordeaban sus ojos. Se miraron un instante pero de
inmediato la anciana volvió sobre un pequeño cuaderno de espiral en
el que registraba algunos datos que Naya no se atrevió a mirar;
anotó algunas cifras, luego, con parsimonia como si encontrara en el
salón de su casa, guardó el lapicero en su enorme cartera, cerró
con mimo el cuaderno que llevó también a la cartera y sin venir a
cuento se dirigió a Naya como si la conociera de toda la vida…
-vengo
de la única fábrica de bolsas que nos queda en la ciudad; mire, he
comprado 50 de 200 litros y 100 de 150; es decir que según mis
cálculos, usando 2 por mes de las de 200 litros, tengo 25 semanas,
es decir, un poco más de un año; de las más pequeñas sí uso un
poco más porque las grandes las dejo para sacar todo lo que me deja
el jardinero una vez al mes y la otra porque cuando me toca arreglar
carne y verduras para el mes siempre se saca más basura; en cambio
las de 150 litros son para la sacada de la basura dos o tres veces
por semana, dependiendo de la hora en que pasa el camión del aseo,
hay veces que pasa en la noche y termino de llenar la bolsa, pero
cuando pasa en la mañana saco las que me dan en el supermercado y
así me rinden más; no he sacado la cuenta de lo que me ahorré
esta vez porque la inflación subió ya al 30 % imagínese, pero
llegando a mi casa saco cuentas.
Naya
logró cerrar la boca, le dirigió una mirada compasiva, y al mismo
tiempo maravillada. Era alucinante ver la desproporción de ese
menudo cuerpo que no llegaría al metro sesenta, del que emergía una
energía inusitada que derrochaba mientras exponía sus estrategias
tan elaboradas sobre el manejo del presupuesto casero. Inquieta, Naya
miró su reloj y se dio cuenta que llevaba 40 minutos esperando…
-debe
tener paciencia-le dijo la anciana tirando suavemente de la manga de
la camisa azul celeste- es algodón verdad?...
-qué
cosa-respondió Naya a punto de perder la cordura
-la
camisa, se nota que es 100% cotton, ese es el que yo uso…cómo te
llamas
-Naya,
Naya Lara, mucho….
-yo
me llamo Eva, bueno, en realidad me llamo Evangelina, pero es muy
largo…te decía que yo aprendí a usar ropa de algodón cuando viví
dos años en Estados Unidos, y ya después no puede con el poliéster…
-tardará
mucho el autobús-le preguntó Naya con ansiedad, sin terminar de
comprender por qué le venían imágenes de una famosa película,
sólo que en este caso el personaje era mujer…
-eso
es impredecible, en esta ruta hay pocas unidades y a esta hora tardan
más; y por cierto, nunca te había visto en esta parada, no eres de
por aquí
-pues
no, pero si vengo una vez por semana a visitar a un amigo pero nunca
me había venido sin mi carro y…
-yo
tengo 40 años tomando autobuses-interrumpió de nuevo en medio de
una carcajada estridente mientras afincaba una de sus manos a la
manga de su camisa, mientras que con la otra apretaba su enorme bolso
contra el pecho-
-se
conoce todas las rutas entonces, respondió Naya más por cansancio
que por interés en conocer la respuesta
-todas
y los cambios que hacen, aquí tengo algunos trasbordos que he
cruzado para los sitios que me interesan, y no sólo eso, ya tengo un
plano que yo misma hice con algunos trasbordos que hacen falta, de
hecho, en varias ocasiones se los he sugerido a los choferes para que
los planteen en sus reuniones pero no muestran interés, son muy
apáticos, lo que les interesa es hacer el trabajo como autómatas
sin ninguna motivación por mejorar el servicio…bueno, con decirte
que hasta reuní un dinerito de los sobrantes que me iban quedando
del presupuesto mensual y mandé a encuadernar un folleto con la
información; se las he dejado a los choferes y no sólo no las
entregan a sus jefes sino que las desprenden y las utilizan para
agarrar las empanadas que compran por la ventana del autobús, qué
te perece?, no se puede pedir peras al olmo. Un día de estos voy a
llevar mi plan directo a la alcaldía, pero ya será cando termine el
semestre de clases, ahora estoy full corrigiendo trabajos y trabajos
de un montón de equipos, sabes, cuando nos sentemos en el autobús
te puedo dar algunos de los que tengo aquí en mi….ajá, mira allá
viene, vamos a prepararnos para cruzar esa barrera humana…
-pero
yo no voy a empujar, me da terror
-no
te preocupes, ya tengo un postgrado en esto, y a mi edad todos me dan
paso, vente conmigo- y sin esperar respuesta le dio un fuerte tirón
a la ya arrugada manga de la camisa
A
estas alturas Naya estaba entregada, se dejó llevar por la anciana
que con una destreza asombrosa alcanzó dos puestos en medio del
jaleo que formaban pasajeros ansiosos y desesperados. No terminaba de
asimilar al personaje con el que se había topado. De dónde había
salido, cómo es que le quedan fuerzas no sólo para atravesar la
ciudad y ahorrarse unas monedas, sino para planificar estrategias de
organización ciudadana, en una ciudad cada vez más caótica y cuyo
esplendor y ambiente cultural promovido por una prestigiosa academia
universitaria desideologizada, hacía rato que era historia; qué
movía a ese ser ataviado con ropas estrafalarias, tres tallas más
de la que correspondía, a llamar la atención de funcionarios y
ciudadanos que ya no eran tales, sino simples supervivientes anónimos
de un estado que los consumía día tras día.
La
anciana le tomó el codo y susurró mirando al chofer: espera para
que veas cómo hago para que le baje volumen a la radio; acto seguido
se levantó dando tumbos y llegó hasta el chofer, le puso la mano en
el hombro y simuló hablarle cuando sólo gesticulaba frases
insonoras, el hombre le decía que no escuchaba, que repitiera y ella
feliz repetía en silencio pero abriendo bien sus labios, de nuevo le
decía que no escuchaba hasta que en el tercer intento tuvo que bajar
el volumen mientras ella se alejaba muerta de risa, no sin antes
dejarlo al cuidado del enorme paquete de bolsas que había comprado.
Cuando volvió a su asiento su expresión ya no era la misma, de
pronto se quedó mirando al frente como si el resto del mundo hubiese
desaparecido. Inquieta, Naya la observó absorta en el cristal de la
ventana izquierda con la mirada perdida, impertérrita, sin mirar a
ningún lado o quizás mirando hacia adentro de si misma. Conmovida,
estuvo a punto de preguntarle si se sentía bien, pero la anciana no
estaba allí, había entrado en un trance momentáneo del cual
regresó abruptamente; a punto de bajar en su parada, le indicó en
absoluto silencio, señalando con su índice arrugado y artrítico,
dónde debía hacerlo ella y le dejó la guía que había prometido y
sus números de teléfono, escritos con una expresiva caligrafía que
hacía evidente el oficio que realizaba.
Cuando
Naya bajó del autobús, por un momento no supo dónde se encontraba.
Caminó como llevada por un cicerón invisible que le mostraba
fachadas y vitrinas de restaurantes, iglesias, librerías, ante las
cuales se detenía unos instantes sin decidirse por ninguna. No
lograba descifrar su repentino cambio de ánimo, pero tenía la
absoluta seguridad que se debía al extraño episodio que había
experimentado minutos antes. Sólo en ese momento tuvo conciencia que
estaba en el lado norte del casco central y podía llegar andando a
la casa de Silvia Moreli, italiana de nacimiento, catalana
nacionalizada y que llegó al trópico tras los pasos de un joven
caribeño que la enloqueció con la mirada.
Consultó
su reloj, 12.55. Tenía dos horas por delante y ya sabía que en ese
momento no sería bienvenida en el bunker de su amiga, de manera que
se dejó llevar y sin pensarlo mucho entró en lo que parecía una
tasca por el olor a ajo y aceite de oliva que emanaba. A esa hora
había pocas personas, se notaba que era más concurrido por las
noches, el ambiente, poco iluminado, estaba cargado de olores
penetrantes; en el ángulo derecho de la entrada principal, un
escenario levantado sobre un soporte forrado en fieltro rojo y negro,
un micrófono desvencijado y dos cornetas tan grandes como
arruinadas. En el lado izquierdo, una pareja se hacía mimos y
arrumacos sentados en una mesa ubicada en cerca del bar; el hombre,
vestido con chaqueta de cuero negra, camisa roja a cuadros y
ajustados pantalones de jean negro, le llevaba no menos de 20 años a
una jovencita flacuchenta, muy maquillada que vestía a la moda,
bluejean con flecos en el ruedo y huecos en lugares estratégicos que
no podían pasar desapercibidos, se retorcía de placer escuchando lo
que su pareja le susurraba al oído mientras le daba profundas
chupadas al cigarrillo y tomaba pequeños sorbos de cerveza
directamente de la botella.
Naya
escogió una mesa que estaba en la esquina frente a la pareja.
Inmediatamente se acercó el mesonero que ya traía en la mano un
cenicero, y en la otra una jarra de acero inoxidable con agua muy
fría y un vaso mal lavado. Lo puso enfrente y mostrando una sonrisa
socarrona le preguntó qué le apetecía para beber. No pudo evitar
cierta repulsión por la actitud del mesonero, aunque ya le era
familiar, es común en su país que los hombres miren burlonamente a
la mujer que se sienta sola en el bar, pues la perciben por una
solitaria y amargada solterona o por buscona. Naya le devolvió una
mirada una de acero y le dijo que le llevara una cerveza bien fría,
y el impertinente hombrecito le aclaró: cómo
culito de foca mi reina?
Mientras
esperaba pensó en sacar un libro de los que siempre lleva consigo
pero de momento prefirió observar el particular lugar en el que se
encontraba. Sentado en el bar, un hombre de barriga prominente miraba
concentrado la tv, mientras hurgaba denodadamente en sus orificios
nasales. La pantalla reflejaba a un hombre de cara abultada ataviado
de rojo y verde militar que gesticulaba y hablaba airadamente. No
puso atención a lo que decía, no había necesidad, el rey sol y
padre de la patria ponía toda su energía en lanzar latigazos a
diestra y siniestra, no importa contra quien, el propósito es el de
siempre, dejar la sensación de lo débiles que somos frente a él,
el ritual para perpetuar el miedo. Trató de concentrarse en su
próxima visita. Desde hacía unas dos semanas veía muy extraña a
Silvia, eso le preocupaba, su gran amiga era un de esas personas que
ponen todo blanco o negro, con la emotividad a flor de piel, y eso es
riesgoso. Era un de esas personas que perpetúan su memoria en
símbolos preexistentes, edificios morales, sin darse cuenta de que
construyen sus propias barreras, sobre todo porque una vez que se
abrazan hay que defender su permanencia, no pueden desconocerse, ni
irrespetarse, ni esconderse; todo lo contrario, al final no se puede
vivir con ese peso encima y para sobrellevarlo hay que sumar adictos
para reforzar la búsqueda del reconocimiento mutuo, ese que sólo
tiene sentido cuando es compartido. Por otro lado, tenía que
reconocer que su amiga era poseedora de una mente brillante, amplia,
con lo cual no había temas tabú, al menos en la conversación, pero
al mismo tiempo eternizan un imaginario simbólico empeñado en hacer
trascender lo cotidiano. Es de esas personas que se esmeran en
manipular el olvido añadiendo presente, lo que impide indagar acerca
de nuestro comportamiento errático, y convierte el error y la
equivocación en leyenda, en cuestión de honor, en una eterna
justificación.
En
una ocasión, con un merlot por delante, Naya se atrevió a
expresarle que ese merodear sobre sí misma le parecía demencial,
una cierta perversidad teñida de inocuidad, cuyos efectos son
impredecibles; pero esta, vez Silvia se alteró, se sintió del lado
interior del panóptico. Como el escritor que deja al descubierto el
impulso de salvar su memoria apelando a la amnesia de los demás, o
el alcohólico que ve en la sobriedad del otro un acto de petulancia,
de superioridad, sin advertir lo infantil del gesto, porque no puede
seguir hasta el final o enfrentar sus miedos.
No
terminó la cerveza, pagó la escandalosa cuenta y fue al baño. No
pudo usarlo, salió del bar con el estómago revuelto.
-oye
Naya, pasé la mañana chateando con mi hijo, hablamos de todo un
poco y de repente me acordé de mis días de madre coraje; sí, no me
mires así, madre coraje, pero los hijos nunca ven las intenciones
con que hacemos las cosas, imagínate, me exigió que nunca más le
recordara el episodio aquel…
-cuál
episodio
-cuando
siendo adolescente, un buen día le bajé el pantalón para enseñarle
a ponerse un condón; sabía que andaba entusiasmado con una amiguita
y quería prevenirlo. Ahora que lo pienso, fue muy loco eso pero en
aquel momento me sentí madraza…
Esa
tarde Silvia se mostraba delirante cuando Naya tocó el timbre del
pesado portón. La recibió enfundada en un kimono violeta que
resaltaba sus formas, atrayentes y seductoras a pesar -diría mi
madre- de sus largos 60 años, enriquecidos de experiencias amorosas
que más de una vez la dejaron al borde de la ruina y la locura. Su
actual proyecto, el de escribir sus memorias, se había convertido en
una epopeya, tanto más peligroso por la pasión que ponía a cada
uno de los episodios, como por la multitudinaria incorporación de
temas y personajes que la convertía en una recopilación talmúdica…
-ya
te lo he dicho Silvia, esa manía de querer ser ejemplo ante el
mundo es desquiciante y frustrante a la vez; yo no creo que pueda
ser ejemplo de nada sabes…es que ya ser humanos nos descalifica en
el baremo de la perfección…
-pero
mujer, vienes con las pilas recargadas; pero es cierto, me aterra
recordar ciertos episodios, sobre todo los referidos a mi rol de
madre, y más horroriza indagarlos en la memoria del otro, es
inquietante saber qué hacemos y cómo nos ven en memorias ajenas,
porque además estamos en desventaja, es decir, no controlamos cómo
llegamos a ellas, cada quien hace sus propias percepciones y
representaciones, sus prefiguraciones, de manera autónoma; aun así
creo que hice cosas buenas…ese fue el miedo que me invadió
mientras hablaba con mi hijo, menos mal que era a distancia, sin la
mirada cercana que asedia e interroga más allá de las palabras…
Mientras
hablaba, Naya paseaba su mirada por el encantador saloncito donde
acostumbraba a recibirla. El lugar, como siempre, ofrecía un grato
ambiente. La claridad de la luz a esa hora de la tarde era matizada
por los cristales ahumados de un gran ventanal que daba a un profuso
seto de bambúes, precedido por una cuidadísima grama china. En el
interior, tapices egipcios, alfombras árabes, candelabros hindúes,
esponjosos cojines, abigarrada decoración que terminaba en una
extraña y coherente a la vez, propuesta de calidez y confort. Al
fondo, en una mesita redonda protegida por un regio mantel croata
bordado en tonos verde oliva, estaba servido el almuerzo compuesto
por un menú veraniego: gazpacho de aguacate, muselina de
langostinos, salmón ahumado, ensaladilla rusa, fuente de nueces,
aceitunas y espárragos, y finalmente, pan de centeno. Su mirada se
detuvo en el cuerpo de Silvia que en ese momento estaba de espalda
recibiendo una botella de chardonay de manos de su muchacha de
servicio. Le agradó e incluso sintió una leve excitación, una
sugerente atracción. De pronto, y sin venir a cuento, recordó las
palabra que tres horas antes le había expresado RM: han
llegado muy lejos, no pueden detener el lesbianismo sugerente y
alegórico que se ha desatado en la gran confraternidad del feminismo
de nuevo cuño, no el liderado por aquellas mujeres gordas,
masculinas y llenas de amargura y odio hacia el hombre; este es
distinto, insinuante, perturbador, aunque real, muy real…ya me
darás la razón; y
luego su respuesta:
lo que pasa
RM es que somos más auténticas en el desempeño de nuestra
sensibilidad, no intentamos manipularlo ni desde dentro y menos hacia
afuera.
Naya
volvió a concentrarse en la conversación de su amiga que ya le
estaba acercando una mesita plegable con el servicio de cubierto
impecable y le extendía una servilleta de lino blanco sobre las
piernas. Mientras olía su Chanel 5 que escapaba de su kimono, quiso
alejar esas imágenes perturbadoras que le sugerían las palabras de
RM.
-Corrado
sigue sin salir de su habitación?
-y
que no lo haga, me fulmina con su mirada, anda en un estado de
semidemencia, incapaz de sostener una cordial conversación por muy
trivial que sea; es ridículo llegar a los 70 años discutiendo
absolutamente todo. Hace tres días que no le hablo, desde que
recordó sus días de cocinero, y me permití seguirle la corriente
pero sin darle la razón, pues explotó y se metió en su habitación
hasta hoy
-bueno
amiga, apartando la agresividad, yo creo que ese es el estado ideal,
sí, mira, te quita los sentimientos de culpa; eso de perder
sutilmente la cordura debe ser una maravilla, porque sólo te
corresponde un 50 por ciento de nuestro comportamiento errático, el
otro un 50 es para el resto de las personas que se empeñan en caer
en la trampa de azuzar el fuego, lo que muestra una enorme
incapacidad para entender las carencias del otro, e identificar esa
medio locura a la que no valdría la pena darle caña. Creo que
debemos aprender a detenernos a tiempo, y sólo debes seguir el
juego, cuando el interlocutor te da cancha, como en aquellas
conversaciones tan cómplices y abiertas que Durrell le asigna a
Justine, esa insinuante perversidad sin morbo, una amoralidad que se
desliza con tanta naturalidad que…
-Ah-
interrumpió Silvia- pero allí también hay una trampa eh, la de
esos escritores que hablan a través de sus personajes y no es que me
esté refiriendo directamente a Durrel, pero si te pones a pensar,
están hablando en nombre de otros, y si aplicamos tu teoría de la
casi cordura, pues pasan el límite sin tener conciencia de que
ofenden o provocan un sin número de sensaciones y emociones en el
otro. Te juro amiga que la perversión perfecta es la del escritor
que manipula a sus lectores aunque no se lo proponga; creo que por
eso escribo sobre memorias, allí tengo mi límite, mi amoralidad
controlada…
-pero
ese control es casi imposible Silvia, como lectores dejamos el libro
cuando queremos, hacemos nuestras pausas aunque seguimos en
movimiento, dándole vueltas al ritmo que el autor nos ha sugerido;
pero cuando el escritor vuelve sobre su texto tiene que reconducir su
propia carga emotiva para no desviar el perfil de sus personajes y la
trama que se ha trazado; en cierto modo es él, quien termina
manipulado por sus propios personajes. Dime, cómo tratarías el
tema del condón con tu hijo. Estarías segura del tipo de imágenes
que producirías en cada uno de tus lectores, aunque las hayas
previsto en tu maqueta. Te faltaría espacio y energía para prever
todas las posibles reacciones. En ese sentido sí estamos mejor
preparados los lectores porque somos más libres, en cambio que el
escritor…
-bueno,
también es cuestión de la alta sensibilidad que tienen ciertos
temas aun en los nuevos tiempos: o seguimos entrampados en una doble
moral, o en un miedo a decir lo que realmente sentimos
-y
el tema del rol de la madre es más que sensible, sobre todo cuando
se hace daño con las palabras. La sola frase: le puse un condón a
mí hijo adolecente, es mucho más perturbadora y provocadora que el
hecho es sí, pues para ti fue acto fue heroico, moderno, valiente,
mientras que para él fue mayor el ultraje cuando lo contabas a tus
amigas casi lanzando cohetes, en ese empeño en dar ejemplo
-pero
buen mujer, tan mal está la comida que me atacas así
-para
nada, esta muselina tiene la textura perfecta y el gazpacho
memorable, no se ha oxidado y el punto de limón perfecto; pero dime
algo, ya tu hijo está en los cuarenta, no crees que ya pueden hablar
el tema
-ay
amiga, no has notado que en una conversación con los hijos lo que
sobran son las palabras?
-sobran
o las rebuscamos tanto que desviamos el sentido del diálogo
-pero
cuál diálogo, ese no es posible si el otro lo que tiene en la
garganta es el profundo ahogo que produce una memoria indigesta…lo
único que queda es la falsedad y él ha acudido a ella, sin duda
piensa que es preferible a decir lo que realmente siente, y sabes
qué, a veces prefiero no saber nada a conocer situaciones que ya no
puedo remediar.
Silvia
calló. De pronto se entristecieron sus hermosos ojos grises; dejó
sobre la mesita el plato apenas probado y se recostó en el sillón,
quizás se había trasladado a su Cataluña verde y hermosa y que
ahora era testigo de la ansiedad que no abandonaba a su hijo. Naya no
tuvo necesidad de esperar que se despidiera, entendió que ya no
podría seguir y se levantó para ir al baño y dejarla descansar.
Ella también lo necesitaba. Salió ya casi anocheciendo con el
tiempo justo para meterse en la cama e invocar su mantra poético
para hacerle frente al escuadrón de recuerdos que llegan tras la
Parusía, que no viene a ser otra que alguna memoria dispuesta a
posarse sin pedir permiso e inaugurar una nueva vida.
Me gusta el ritmo de todas las historias, esta es más personal supongo, que frágiles podemos ser las personas y por eso necesitamos asumir roles que den una idea de fortaleza ante los otros, este aspecto sobresale en todo estos relatos, bravo.
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