Yo
no existía, yo era otro
Hoy
volví a ser de pronto el que era o el que soñaba ser
Pessoa
Yo:
una ficción de la que a lo sumo somos coautores
Imre
Kertész
Yo
es otro
Rimbaud
Para
Rosa y Natalia
PRIMERA
PARTE.
Pórtico.
Esta
introducción, negando la regla y muy a mi pesar por la profesión
que me antecede, la escribí a mitad de estos relatos, como un
llamado urgente y remoto, no sé si por efectos del crianza Ribera
del Duero, Torre Pingón, para más señas, encontrado en una inusual
y agonizante bodega vasca en tierras norteamericanas; o por estar
vigilando el término exacto de dos Porter Hause que tenía en la
plancha, junto a invitados hambrientos y de paso exigentes con eso de
que esté jugoso pero que no se le vea la sangre.
La
verdad es que en medio de indescriptibles e innecesarias turbulencias
epicúreas, avivó la idea de que este libro tenía y debía ser
dedicado a esas madres anteriores a mi generación que hacían
milagros en la cocina, en diálogo con sus guisos, en sintonía con
sus aromas; en el ensayo permanente, sin la angustia que rigidiza el
cuerpo de solo pensar que no logremos el punto exacto, la textura
deseada y la jugosidad necesaria; ellas simplemente cocinaban para
alimentar a su gente, no buscaban crear la receta propia ni mucho
menos la satisfacción de su ego, rubricando lo que debió ser el
plato del día, como si se tratara de una obra maestra, aunque muchas
de ellas lo fueran. Desde que se inscribió a la cocina en la cultura
del espectáculo, término que pido en préstamo al maestro Vargas
Llosa, el cocinero ya no quiere pasar desapercibido.
Aquellas
madres cocinaban en silencio, dar de comer era su misión, no acto de
admiración per se, sus recetas estaban grabadas en sus cabezas, era
poco frecuente, al menos en mi entorno familiar, adquirir libros de
cocina, cuando mucho, replegados en el fondo de una gaveta, unos
amarillentos cuadernillos con recetas de tías abuelas, suegras y
cuñadas, recogidas con afán en reuniones familiares y luego quedaban
en casa como legados silenciosos, como un recuerdo de familia;
confundidos con ombligos de bebés, zarcillos impares y manitas de
azabache, nos podíamos topar con recortes de antiguas Estampas, del
Almanaque Mundial, de Selecciones Readers Digest; con etiquetas
desprendidas de latas de Spam, Toddy y de la gelatina Royal.
Inventaban
y se reinventaban continuamente según el estado de sus despensas; el
menú se adaptaba a lo que se tuviese a mano, casi siempre escaso,
pero que hacían pequeños milagros como unos sorpresivos buñuelos
de avena, azúcar y canela o un inesperado consomé de brotes,
tallos y primeras pieles de hortalizas, que calentaban barriguitas y
producían sonrisas de placer en inocentes comensales ajenos a la
procedencia de los platos que les ponían al frente.
Sin
negar la variedad, sofisticación, laboriosidad e increíblemente
versatilidad de la cocina actual, aparecen motivos que nos hacen
mirar al pasado; nuestra memoria se pone en alerta ante la algarabía
de recuerdos felices que son por lo general los más difíciles de
atraer; recuerdos que han escapado de la nostalgia y desfilan
triunfales en imágenes en slide, como paisajes en movimiento; olas
transparentes y seductoras portadoras de aromas y sabores resistentes
al olvido, como rumores de oleajes tranquilos como el estribillo de
una famosa canción.
En
casi todas las casas que habité desde mi primera infancia hasta la
adolescencia, la cocina era un pequeño espacio, sin ventanas
panorámicas, cuando mucho una claraboya por donde escapaban aromas a
tierra, a raíces, a sofrito de ajo y onoto; era también el rincón
medicinal, la farmacopea doméstica. No recuerdo los botiquines de
primeros auxilios pero sí, la variedad de infusiones que me llevaban
a la cama para bajar fiebres, inflamaciones de garganta, dolores
mestruales y hasta estados anémicos, de manera que la cocina quedó
grabada como el lugar del milagro de la sobrevivencia.
El ajo, el onoto y el ají dulce, datos de nuestra memoria olfativa y afectiva, es ver a mi abuela cocinando con tan poco y logrando una sazón que es el sello de las mujeres de mi familia.
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