jueves, 6 de marzo de 2014

Exilio Emocional


Nueve años y cuatro meses, es el tiempo que lleva mi impuesto exilio emocional. La cifra se vino de pronto mientras fregaba los platos del desayuno. Un poco de olvido es saludable, pero a veces no lo podemos alcanzar, se resiste a quedarse en su lugar, se difumina y trae de vuelta memorias incómodas que creíamos instaladas en la más lejana oscuridad; la memoria emocional inexorable e inescrutable, se incuba, se resiente, se esconde, se burla, se agudiza, se mimetiza en imágenes nuevas y superficiales, engaña, engaña y engaña. Nos hace creer que la hemos neutralizado, que estamos bien, felices, en paz, y de pronto, reaparece removiendo escombros, difuminando cenizas, queriendo saldar viejas deudas mil veces pagadas de mil maneras, traicionándose a sí misma. Llega con el encantamiento del recuerdo para luego dar la estocada en medio del pecho. Pero esta vez resultó benigna, sin acusaciones ni reclamos; tímida, y cautelosa, me fue llevando de la mano a recorrer mi galería personal de imágenes en slide. Volví a sentir el placer de las primeras horas de la mañana, a deleitarme con el amanecer lento, casi imperceptible, descubriendo los colores de las montañas lentamente; los verdes y ocres que la bruma al disiparse va ofreciendo como un regalo, una humilde bienvenida al nuevo día. Los olores de la cocina desvaneciéndose lentamente, abriéndose a otros más penetrantes. Al primer café le sucedía la sutil embriaguez del zumo de naranja y más tarde el tentador aroma de las panquecas o las tostadas; y me pregunto cuándo decidí perderme de esto, cuándo y por qué dejé vacío mi bello sillón inglés a rayas verdes y duraznos, el de mis lecturas mañaneras, frente al gran ventanal que devolvía generoso los colores intensos de las ave del paraíso apuntando hacia mí, llamándome; la blancura apacible de los malabares, la belleza triste de la orquídia torito gravitando en el muro del fondo, la mirada cegajosa de kala, echada pegada al ventanal siempre a la espera de un cariño que rara veces conseguía. Me pasó como a aquel personaje de Musil, Clarise, que despertó del sueño de la infancia recordando su encuentro con el hombre de su vida, entonces el mundo dejo de ser una superficie irregular, desierta y quebrada para convertirse en un círculo de luz. Me estará pasando lo mismo a mí?, claro que solo en la consecuencia del recuerdo pues la llegada del hombre de mi vida es tan reciente que más que un recuerdo es un presente. Lo que sí creo posible es que estoy tomando plena conciencia de la realidad, eso sí puede ser y lo digo con la convicción y el derecho que me da el haber descubierto una manera de vivir que creí impensable, inimaginable, la que se sabe propia, con carácter, con la certeza de que nos pertenece.

De nuevo me vienen imágenes geniales de Musil refiriéndose al hombre sin atributos. Éste pensaba que en su vida todo se había desarrollado como si las cosas estuvieran más relacionadas entre sí que en contacto con él, y quizás en otros tiempos se podía ser mejor persona que hoy, o quizás, más conscientes. La responsabilidad tiene su punto de gravedad, no ya en el hombre, sino en la concatenación de las cosas; las experiencias se han independizado del hombre, por lo tanto no es extraña la sensación de soledad en la modernidad. Los atributos ya no son del individuo son de la sociedad, y quedamos convencidos de ello cuando vemos que la fe comienza a parecer una ingenuidad, ni siquiera es amoralidad, es movilidad moral. Y en eso consistió mi exilio emocional, un largo viaje hacia un lugar cercano, el de mi interior.

Me sucedió lo mismo que a Ulrich. A casi diez años de mi exilio, hoy, con frescura y serenidad pienso porqué lo decidí. Recuerdo que fue por etapas, y cada una de ellas ligada a un estado emocional intenso. Todo comenzó con el paro petrolero que puso en jaque al gobierno autoritario que en esos años apenas mostraba la monstruosidad en que se convertiría. En esos días no me despegaba de la televisión, me hice adicta incondicional y militante del canal de noticias opositor, por momentos pasaba al canal gourmet para despejar la mente por tanto bombardeo informativo, y de paso aprender con los recetarios dulces de la hermana Bernarda, las pastas de Biba y los menús de Narda y Dolly, pero seguía haciendo zapping, no quería perder de nada, era un obsesión; lo político anuló el resto de temas de conversación entre familiares y amigos; a veces entre amigas nos preguntábamos de qué hablábamos antes de la llegada del autócrata, era como si que la vida y su cotidianidad antes del 98 se hubiese borrado de nuestras memorias, el mundo comenzaba y terminaba con las contradicciones y abusos del régimen. De pronto cobró sentido lo anormal, el absurdo y cada día perdíamos nuestra capacidad de asombro sin atinar ninguna respuestas lógica a nuestras angustias; pasamos de ciudadanos, madres, o profesionales, a observadores críticos y a la vez impotentes, que nos comíamos la uñas esperando desquitarnos en el próximo encuentro con algún amigo opositor. Era una pesadilla, la realidad nos rebasaba, una angustia permanente, un sinsentido, una asfixiante incapacidad de cambiar las cosas.

Después de cada proceso electoral, que fueron muchos y muy seguidos, entraba en cuarentena y me negaba a ver el canal, pero reincidía. No soportaba la frustración al confirmar una vez más que robaban nuestra decisión de cambiar al desgobierno sanguijuela que nos ataba de manos dejándonos solos contra la pared, desamparados, preguntándonos una y otra vez cómo habíamos llegado hasta allí?. Después fui entrando en la segunda fase que me trajo al exilio. Extenuada por incontables marchas y concentraciones, después del 11 de abril del 2002 me convertí en un extraño ser, como venida de otro planeta. Me negué a saber qué estaba pasando, pasé de la noticia como forma de vida a la desinformación como sobrevivencia, un acto desesperado para combatir la amenazante depresión, rabia e impotencia a la vez, y encima tener cerca a familiares y amigos, que no sólo justificaba al régimen sino que se beneficiaban de él directa o indirectamente, jugando al doble discurso o al silencio cómplice y cobarde. De pronto desconocíamos a los viejos amigos, eran sus mismos rostros pero con la mirada puesta al cielo, mientras trajinaban las fronteras tras los dólares baratos de las famosas raspadas de tarjetas de créditos con el cupo de viajeros, o en las divisas obtenidas en subastas o bonos de la deuda pública para sus pequeñas importaciones o en el beneficio de las misiones y puestos en el gobierno. Entonces vino la repulsión, el asqueo, una depresión combinada con rabia y lo más doloroso, la sensación de soledad, la marginalización impuesta al negarme a convivir con tanto caradurismo.

Fue entonces cuando inicié mi retirada al silencio. Ya no tenía mi butacón inglés, ni la tv, ni ese salón frente al jardín. Me había mudado con mínimo equipaje a una especie de buhardilla, un anexo elevado que miraba a la sierra, sólo me acompañaba un nuevo tesoro, mi lap top. Mientras tanto afuera el desmoronamiento institucional, social, moral, roía todo a su paso. El país se entregó a una borrachera colectiva, como un último día de carnaval. Rostros delirantes y demenciales salían de los rincones ocupando cargos gubernamentales, otros asaltaban en las esquinas sin el menor temor, conocedores de la descarada impunidad. El fanatismo político se expresaba con violencia, arreciaba el tono insultante, blasfemo, maldiciente, aprendido en las cadena presidenciales; un día éramos escuálidos, otro, fascistas apátridas, la burguesía canalla, infame, la cucaracha que había que pisotear hasta aniquilar. Ya no hacía falta ver la televisión, bastaba con salir a la calle y comprobar el deterioro ya no digamos del patrimonio edificado, reemplazado por la nueva arquitectura del toldo rojo, que abrumaban al transeúnte, y convertían las plazas públicas en mercados persas, poniendo al ciudadano a desgastarse por una bolsa de comida vencida; peor aún, ese deterioro penetró la sociabilidad, nos llenamos de barbarie, del nuevo lenguaje que bajaba del centro de poder, grotesco, insultante, despiadado, escatológico, y sobre todo amenazante, portador del miedo que paraliza y aniquila o, de la indiferencia.
Me refugie en el silencio sanador que me permitiera escuchar mis propias reflexiones. La interrogante estaba allí, acechante; cómo llegamos hasta aquí?; teníamos un país en el que se podía vivir con dignidad, no éramos perfectos, pero habíamos forjado una economía y una sociedad más libre, más proactiva. Qué pasó, en nombre de qué y de quién destruimos lo que habíamos logrado. Pero eran reflexiones sin aliento, sin interlocutores, la gente pensante se había esfumado, algunos al exterior, a su exilio real, otros a sus propias casas, y los demás, una soterrada mayoría, se había acomodado al régimen.

Desde mi ventana hilvanaba imágenes y recuerdos de los cambios que habíamos presenciado. Necesitaba mirar atrás, ir al centro del huracán, llegar al origen de la descomposición; ir tras la senda del desplome, apalancar el alud, elaborar mi arqueología de la fatalidad, desvelar la huella perenne. Urgía encontrar las raíces del mito, el que profana y envilece a la Historia, al concepto ético, al sentido estético, mito apuntalado en tres o cuatro frases: “somos alegres”, “cero rollo”, “le echamos bolas”, “póngame donde haiga”.

Confieso que gasté mis neuronas innecesariamente, no había que ir tan lejos. La respuesta la obtuve una noche que recibí a quien sería mi último tesista de grado, después de ese encuentro. Se trataba de un ex militante del partido de gobierno, descontento y desencantado por la corrupción sin límites, que lo execró por su presunta visión crítica de una organización hegemónica y monolítica como es el partido del líder supremo. Al final de la sesión le solicite su opinión sobre el caos presente. Me lanzó una mirada compasiva, con aires de saber que en efecto domina el tema.
-profe!!! Y en verdad Usted cree que esos tipos que dirigen esto lo hacen por motivos ideológicos y que son socialistas convencidos. Mire, yo creí tanto en el Jefe de este proceso que llegué a pensar que tuvo buenas intenciones, pero él sabía que en política no se pueden dar pasos en falso para lograr su objetivo, quiérase o no, llegar al socialismo. Esto implicaba el control absoluto de todos los movimientos y decisiones y eso se consigue logrando apoyos incondicionales, pero ningún apoyo es gratis sobre todo si de pronto se ven con tanto real en la mano, y apoyos como él logró tenían su precio y muy alto, y eso fue lo que hizo pagar y pagar, a los de aquí y a los de afuera; no estoy justificando, para nada, lo que intento es tratar de ver las cosas desde la realidad por lógica y absurda que nos parezca. A mí también me cuesta aceptar que seamos pasivos y nos quedemos paralizados viendo cómo se nos desploma el país, como si no doliera, como si no fuera con uno sino con el otro, eso es lo que somos, el uno fundido en el otro, cada quien desde su atalaya mirando el espectáculo sin querer formar parte de él.
Mientras hablaba apretaba los puños conteniendo la rabia que sus ojos y la expresión de sus labios no podían esconder.
-No mi profe, no se angustie más, no se desgaste, aquí no pasa nada, somos un gran ejercito de oblomovs, que abren sus neveras con desgano pero en conformidad, no tenemos huevos ni carne, pero aún se puede exprimir el frasco de la salsa de tomate, y así vamos alargando el tiempo hasta que llegue la próxima entrega de la misión; que ya no podemos mandar a los hijos a la escuela, pero pueden trabajar lavando autos o lanzarse a la buhonería. Algo se hace, en la calle hay mucha plata rodando y a nadie le interesa de dónde sale, consciente de que no es del esfuerzo del trabajo honrado pero, como dice la canción, a quién le importa.
Cuando se quedó sola le sobrevino una extraña sensación de vacío, como si la hubiese expulsado un avión en pleno vuelo y su mayor impotencia era evitar que bajara y tuviera que abrir el paracaídas; quería mantenerse en el aire, no tener que pensar, ni odiar, ni entender, mantenerse ingrávida en el exilio que le ofrecía su infancia único lugar que consideraba suyo, seguro, un mundo personal que le daba cobijo y donde la magia y el sentido de irrealidad era lo verdadero. En el tiempo suspendido, transportador, como lo sentía Vilnius al pensar que era el exilio lo que mejor definía al espíritu humano, unidos por el destierro, pero más allá, para mí lo eran la infancia y el pasado, esa cámara secreta del interior, esa puerta falsa como la imaginaba este complejo personaje, detrás de la cual vivimos la auténtica vida, la irrealidad.

1 comentario:

  1. Lo asombroso esquí este despertar, lo estén viviendo apenas hoy, Junio de 2016, personas que antes decían ¡ellos no se atreverán a hacer eso!

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