Nueve
años y cuatro meses, es el tiempo que lleva mi impuesto exilio
emocional. La cifra se vino de pronto mientras fregaba los platos del
desayuno. Un poco de olvido es saludable, pero a veces no lo podemos
alcanzar, se resiste a quedarse en su lugar, se difumina y trae de
vuelta memorias incómodas que creíamos instaladas en la más
lejana oscuridad; la memoria emocional inexorable e inescrutable, se
incuba, se resiente, se esconde, se burla, se agudiza, se mimetiza en
imágenes nuevas y superficiales, engaña, engaña y engaña. Nos
hace creer que la hemos neutralizado, que estamos bien, felices, en
paz, y de pronto, reaparece removiendo escombros, difuminando
cenizas, queriendo saldar viejas deudas mil veces pagadas de mil
maneras, traicionándose a sí misma. Llega con el encantamiento del
recuerdo para luego dar la estocada en medio del pecho. Pero esta vez
resultó benigna, sin acusaciones ni reclamos; tímida, y cautelosa,
me fue llevando de la mano a recorrer mi galería personal de
imágenes en slide.
Volví a sentir el placer de las primeras horas de la mañana, a
deleitarme con el amanecer lento, casi imperceptible, descubriendo
los colores de las montañas lentamente; los verdes y ocres que la
bruma al disiparse va ofreciendo como un regalo, una humilde
bienvenida al nuevo día. Los olores de la cocina desvaneciéndose
lentamente, abriéndose a otros más penetrantes. Al primer café le
sucedía la sutil embriaguez del zumo de naranja y más tarde el
tentador aroma de las panquecas o las tostadas; y me pregunto cuándo
decidí perderme de esto, cuándo y por qué dejé vacío mi bello
sillón inglés a rayas verdes y duraznos, el de mis lecturas
mañaneras, frente al gran ventanal que devolvía generoso los
colores intensos de las ave del paraíso apuntando hacia mí,
llamándome; la blancura apacible de los malabares, la belleza triste
de la orquídia torito gravitando en el muro del fondo, la mirada
cegajosa de kala, echada pegada al ventanal siempre a la espera de un
cariño que rara veces conseguía. Me pasó como a aquel personaje de
Musil, Clarise, que despertó del sueño de la infancia recordando
su encuentro con el hombre de su vida, entonces el mundo dejo de ser
una superficie irregular, desierta y quebrada para convertirse en un
círculo de luz. Me estará pasando lo mismo a mí?, claro que solo
en la consecuencia del recuerdo pues la llegada del hombre de mi vida
es tan reciente que más que un recuerdo es un presente. Lo que sí
creo posible es que estoy tomando plena conciencia de la realidad,
eso sí puede ser y lo digo con la convicción y el derecho que me da
el haber descubierto una manera de vivir que creí impensable,
inimaginable, la que se sabe propia, con carácter, con la certeza de
que nos pertenece.
De
nuevo me vienen imágenes geniales de Musil refiriéndose al hombre
sin atributos. Éste pensaba que en su vida todo se había
desarrollado como si las cosas estuvieran más relacionadas entre sí
que en contacto con él, y quizás en otros tiempos se podía ser
mejor persona que hoy, o quizás, más conscientes. La
responsabilidad tiene su punto de gravedad, no ya en el hombre, sino
en la concatenación de las cosas; las experiencias se han
independizado del hombre, por lo tanto no es extraña la sensación
de soledad en la modernidad. Los atributos ya no son del individuo
son de la sociedad, y quedamos convencidos de ello cuando vemos que
la fe comienza a parecer una ingenuidad, ni siquiera es amoralidad,
es movilidad moral. Y en eso consistió mi exilio emocional, un largo
viaje hacia un lugar cercano, el de mi interior.
Me
sucedió lo mismo que a Ulrich. A casi diez años de mi exilio, hoy,
con frescura y serenidad pienso porqué lo decidí. Recuerdo que fue
por etapas, y cada una de ellas ligada a un estado emocional intenso.
Todo comenzó con el paro petrolero que puso en jaque al gobierno
autoritario que en esos años apenas mostraba la monstruosidad en que
se convertiría. En esos días no me despegaba de la televisión, me
hice adicta incondicional y militante del canal de noticias opositor,
por momentos pasaba al canal gourmet para despejar la mente por
tanto bombardeo informativo, y de paso aprender con los recetarios
dulces de la hermana Bernarda, las pastas de Biba y los menús de
Narda y Dolly, pero seguía haciendo zapping, no quería perder de
nada, era un obsesión; lo político anuló el resto de temas de
conversación entre familiares y amigos; a veces entre amigas nos
preguntábamos de qué hablábamos antes de la llegada del autócrata,
era como si que la vida y su cotidianidad antes del 98 se hubiese
borrado de nuestras memorias, el mundo comenzaba y terminaba con las
contradicciones y abusos del régimen. De pronto cobró sentido lo
anormal, el absurdo y cada día perdíamos nuestra capacidad de
asombro sin atinar ninguna respuestas lógica a nuestras angustias;
pasamos de ciudadanos, madres, o profesionales, a observadores
críticos y a la vez impotentes, que nos comíamos la uñas
esperando desquitarnos en el próximo encuentro con algún amigo
opositor. Era una pesadilla, la realidad nos rebasaba, una angustia
permanente, un sinsentido, una asfixiante incapacidad de cambiar las
cosas.
Después
de cada proceso electoral, que fueron muchos y muy seguidos, entraba
en cuarentena y me negaba a ver el canal, pero reincidía. No
soportaba la frustración al confirmar una vez más que robaban
nuestra decisión de cambiar al desgobierno sanguijuela que nos ataba
de manos dejándonos solos contra la pared, desamparados,
preguntándonos una y otra vez cómo habíamos llegado hasta allí?.
Después fui entrando en la segunda fase que me trajo al exilio.
Extenuada por incontables marchas y concentraciones, después del 11
de abril del 2002 me convertí en un extraño ser, como venida de
otro planeta. Me negué a saber qué estaba pasando, pasé de la
noticia como forma de vida a la desinformación como sobrevivencia,
un acto desesperado para combatir la amenazante depresión, rabia e
impotencia a la vez, y encima tener cerca a familiares y amigos,
que no sólo justificaba al régimen sino que se beneficiaban de él
directa o indirectamente, jugando al doble discurso o al silencio
cómplice y cobarde. De pronto desconocíamos a los viejos amigos,
eran sus mismos rostros pero con la mirada puesta al cielo, mientras
trajinaban las fronteras tras los dólares baratos de las famosas
raspadas de tarjetas de créditos con el cupo de viajeros, o en las
divisas obtenidas en subastas o bonos de la deuda pública para sus
pequeñas importaciones o en el beneficio de las misiones y puestos
en el gobierno. Entonces vino la repulsión, el asqueo, una depresión
combinada con rabia y lo más doloroso, la sensación de soledad, la
marginalización impuesta al negarme a convivir con tanto
caradurismo.
Fue
entonces cuando inicié mi retirada al silencio. Ya no tenía mi
butacón inglés, ni la tv, ni ese salón frente al jardín. Me había
mudado con mínimo equipaje a una especie de buhardilla, un anexo
elevado que miraba a la sierra, sólo me acompañaba un nuevo tesoro,
mi lap top. Mientras tanto afuera el desmoronamiento institucional,
social, moral, roía todo a su paso. El país se entregó a una
borrachera colectiva, como un último día de carnaval. Rostros
delirantes y demenciales salían de los rincones ocupando cargos
gubernamentales, otros asaltaban en las esquinas sin el menor temor,
conocedores de la descarada impunidad. El fanatismo político se
expresaba con violencia, arreciaba el tono insultante, blasfemo,
maldiciente, aprendido en las cadena presidenciales; un día éramos
escuálidos, otro, fascistas apátridas, la burguesía canalla,
infame, la cucaracha que había que pisotear hasta aniquilar. Ya no
hacía falta ver la televisión, bastaba con salir a la calle y
comprobar el deterioro ya no digamos del patrimonio edificado,
reemplazado por la nueva arquitectura del toldo rojo, que abrumaban
al transeúnte, y convertían las plazas públicas en mercados
persas, poniendo al ciudadano a desgastarse por una bolsa de comida
vencida; peor aún, ese deterioro penetró la sociabilidad, nos
llenamos de barbarie, del nuevo lenguaje que bajaba del centro de
poder, grotesco, insultante, despiadado, escatológico, y sobre todo
amenazante, portador del miedo que paraliza y aniquila o, de la
indiferencia.
Me
refugie en el silencio sanador que me permitiera escuchar mis propias
reflexiones. La interrogante estaba allí, acechante; cómo llegamos
hasta aquí?; teníamos un país en el que se podía vivir con
dignidad, no éramos perfectos, pero habíamos forjado una economía
y una sociedad más libre, más proactiva. Qué pasó, en nombre de
qué y de quién destruimos lo que habíamos logrado. Pero eran
reflexiones sin aliento, sin interlocutores, la gente pensante se
había esfumado, algunos al exterior, a su exilio real, otros a sus
propias casas, y los demás, una soterrada mayoría, se había
acomodado al régimen.
Desde
mi ventana hilvanaba imágenes y recuerdos de los cambios que
habíamos presenciado. Necesitaba mirar atrás, ir al centro del
huracán, llegar al origen de la descomposición; ir tras la senda
del desplome, apalancar el alud, elaborar mi arqueología de la
fatalidad, desvelar la huella perenne. Urgía encontrar las raíces
del mito, el que profana y envilece a la Historia, al concepto ético,
al sentido estético, mito apuntalado en tres o cuatro frases: “somos
alegres”, “cero rollo”, “le echamos bolas”, “póngame
donde haiga”.
Confieso
que gasté mis neuronas innecesariamente, no había que ir tan lejos.
La respuesta la obtuve una noche que recibí a quien sería mi último
tesista de grado, después de ese encuentro. Se trataba de un ex
militante del partido de gobierno, descontento y desencantado por la
corrupción sin límites, que lo execró por su presunta visión
crítica de una organización hegemónica y monolítica como es el
partido del líder supremo. Al final de la sesión le solicite su
opinión sobre el caos presente. Me lanzó una mirada compasiva, con
aires de saber que en efecto domina el tema.
-profe!!!
Y en verdad Usted cree que esos tipos que dirigen esto lo hacen por
motivos ideológicos y que son socialistas convencidos. Mire, yo creí
tanto en el Jefe de este proceso que llegué a pensar que tuvo buenas
intenciones, pero él sabía que en política no se pueden dar pasos
en falso para lograr su objetivo, quiérase o no, llegar al
socialismo. Esto implicaba el control absoluto de todos los
movimientos y decisiones y eso se consigue logrando apoyos
incondicionales, pero ningún apoyo es gratis sobre todo si de pronto
se ven con tanto real en la mano, y apoyos como él logró tenían su
precio y muy alto, y eso fue lo que hizo pagar y pagar, a los de aquí
y a los de afuera; no estoy justificando, para nada, lo que intento
es tratar de ver las cosas desde la realidad por lógica y absurda
que nos parezca. A mí también me cuesta aceptar que seamos pasivos
y nos quedemos paralizados viendo cómo se nos desploma el país,
como si no doliera, como si no fuera con uno sino con el otro, eso
es lo que somos, el uno fundido en el otro, cada quien desde su
atalaya mirando el espectáculo sin querer formar parte de él.
Mientras
hablaba apretaba los puños conteniendo la rabia que sus ojos y la
expresión de sus labios no podían esconder.
-No
mi profe, no se angustie más, no se desgaste, aquí no pasa nada,
somos un gran ejercito de oblomovs, que abren sus neveras con desgano
pero en conformidad, no tenemos huevos ni carne, pero aún se puede
exprimir el frasco de la salsa de tomate, y así vamos alargando el
tiempo hasta que llegue la próxima entrega de la misión; que ya no
podemos mandar a los hijos a la escuela, pero pueden trabajar lavando
autos o lanzarse a la buhonería. Algo se hace, en la calle hay mucha
plata rodando y a nadie le interesa de dónde sale, consciente de que
no es del esfuerzo del trabajo honrado pero, como dice la canción, a
quién le importa.
Cuando
se quedó sola le sobrevino una extraña sensación de vacío, como
si la hubiese expulsado un avión en pleno vuelo y su mayor
impotencia era evitar que bajara y tuviera que abrir el paracaídas;
quería mantenerse en el aire, no tener que pensar, ni odiar, ni
entender, mantenerse ingrávida en el exilio que le ofrecía su
infancia único lugar que consideraba suyo, seguro, un mundo personal
que le daba cobijo y donde la magia y el sentido de irrealidad era
lo verdadero. En el tiempo suspendido, transportador, como lo sentía
Vilnius al pensar que era el exilio lo que mejor definía al espíritu
humano, unidos por el destierro, pero más allá, para mí lo eran la
infancia y el pasado, esa cámara secreta del interior, esa puerta
falsa como la imaginaba este complejo personaje, detrás de la cual
vivimos la auténtica vida, la irrealidad.
Lo asombroso esquí este despertar, lo estén viviendo apenas hoy, Junio de 2016, personas que antes decían ¡ellos no se atreverán a hacer eso!
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